jueves, 31 de enero de 2008

Sesión 13: Gran Bretaña y la lucha por el Imperio

La última vez hablamos sobre la inestabilidad en Francia como un problema para toda Europa. En 1789, los franceses tuvieron su revolución, en 1799 aclamaban a un dictador que puso a Europa en guerra. El recuerdo de las guerras napoleónicas no moriría tan fácilmente entre otras potencias europeas, y durante gran parte del siglo diecinueve la diplomacia europea se centró en mantener a Francia en su lugar. En esta sesión quiero tomar un enfoque diferente y considerar a Inglaterra como un problema para la seguridad europea. Durante mucho tiempo la gente ha tenido la idea que Gran Bretaña traía estabilidad a Europa. No era una potencia agresiva pero estaba interesada en mantener el status quo. El papel de la diplomacia británica era mantener el equilibrio de poder, o al menos así dice la historia. Hay algo de verdad en ello, pero el interés británico en la estabilidad europea tenía que ver menos con sus instituciones democráticas emergentes que con sus intereses mundiales. Si Francia, y después Alemania, llevaban a la guerra al continente, Gran Bretaña llevaba a la guerra y a la explotación al resto del mundo. En este sentido, aunque Gran Bretaña quería la estabilidad política en Europa, no había altruismo involucrado en ello, pues un Estado europeo poderoso podía amenazar los intereses mundiales de Gran Bretaña. Esta es la razón por la que los británicos estaban en contra de que Francia retuviera a Bélgica. Esta es la razón por la que la invasión alemana a Bélgica en 1914 metió a Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial.
Durante los siglos diecisiete y dieciocho, Gran Bretaña se convirtió en una potencia colonial agresiva, incautando los puestos comerciales y las colonias de otras potencias europeas alrededor del mundo. Donde España, Portugal y algunas ciudades-estado italianas adquirieron grandes imperios coloniales en siglo quince y dieciséis, Holanda, Francia y Gran Bretaña comenzaron a competir directamente con estas viejas potencias durante el siglo diecisiete. Inicialmente, los holandeses y los franceses disfrutaban de un gran éxito colonial, estableciendo puestos comerciales y colonias alrededor del mundo en áreas que incluían Norteamérica, África, India y Asia. Sin embargo, para finales del siglo diecisiete Gran Bretaña se había convertido en el rival colonial más imponente de todos.
Gran Bretaña lucho tres guerras con los holandeses durante el siglo diecisiete debidas a los derechos comerciales, una de 1652 a 1654, otra de 1664 a 1667 y la última de 1672 a 1674. En el proceso, los británicos se apropiaron de gran parte del imperio colonial holandés, incluyendo la India, y cierta ciudad de Norteamérica llamada Nueva Ámsterdam, que hoy se conoce como Nueva York. Con los holandeses fuera de cuadro, Gran Bretaña ganó dos guerras más durante el siglo dieciocho que resultaron en más ganancias coloniales. En la Guerra de la Sucesión Española (1701-1711), los británicos tomaron Gibraltar y Menorca de España, y ganaron el derecho exclusivo de proveer al Imperio Español con esclavos. Después en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que he mencionado en alguna sesión previa, Gran Bretaña eliminó a los franceses del negocio colonial en América del Norte al tomar los asentamientos franceses en lo que hoy es Canadá y la parte norte de Estados Unidos. Por tanto, durante los siglos diecisiete y dieciocho, Gran Bretaña fue una potencia colonial agresiva, determinada a luchar con sus vecinos europeos por cada ventaja comercial y marítima. Para 1800, ningún otro país podía competir por el control del comercio mundial o de los mares.
Antes de entrar al siglo diecinueve, necesitamos analizar una distinción terminológica importante. He hablado del colonialismo europeo, pero en la medida en la que nos acercamos al siglo diecinueve comenzaré a utilizar el término imperialismo. Los dos términos están relacionados fuertemente, pero al final hay distinciones importantes entre ambos. El colonialismo es un fenómeno que data de tiempo atrás, mucho más que el imperialismo. Ya es evidente en los siglos quince y dieciséis y describe el establecimiento de redes comerciales. Generalmente, una colomia era un puesto cerca del mar cuya función era incrementar el comercio con la metrópoli. Sólo en raras ocasiones las potencias coloniales iban más allá de las redes comerciales individuales para invadir una región o un país entero. Esto generalmente se debía a preocupaciones acerca de control político. Las potencias coloniales sólo podían controlar tanto territorio como las ideas de las personas que vivían ahí se los permitiesen. Por ejemplo, había una tensión constante entre la potencia británica y sus colonias en América sobre el grado de asentamiento europeo. Oficialmente, los estadounidenses no podían asentarse más allá de los Montes Apalaches al este de los Estados Unidos, y los británicos hacían todo lo posible para impedir dicha expansión. Ya saben cuál fue el resultado de dicha historia.
El imperialismo es un término más laxo que el de colonialismo, pero es importante porque describe el cambio en Europa, es decir, la revolución industrial. Lo que es diferente del imperialismo es que los estados industrializados (en el siglo diecinueve esto incluía a Rusia, Japón y los Estados Unidos) ahora podían proyectar su poder en otras partes del mundo, tomando grandes fajas de territorio sin la necesidad de colonizarlas con sus propios ciudadanos. Estos Estados industriales necesitaban el acceso a materias primas para sus industrias, por lo que no estaban tan interesadas en el comercio como sí lo estaban en la simple extracción de materias primas. (Se sorprenderán al oir esto pero una de las potencias más opresoras y viciosas era la pequeña Bélgica, que saqueaba materias primas de Congo para su altamente desarrollada base industrial). Además, las potencias imperiales ejercían grandes presiones económicas y diplomáticas en aquellas áreas que no querían controlar directamente. Por tanto, el imperialismo describe a un sistema de dominación completo que las potencias industrializadas usaban para obtener lo que necesitaban de regiones no industriales.
Al haber definido el imperialismo, necesitamos poner este amplio término en un marco de tiempo específico. El imperialismo es un periodo que comenzó en 1880 y sigue hasta 1945. Está caracterizado por un incremento masivo en el poderío industrial, una competencia feroz entre los Estados por el acceso a los recursos naturales, y nacionalismo estridente. También tiene una característica adicional: marca el fin del eurocentrismo, pues Japón y Estados Unidos se unieron al club imperial. El ascenso tanto en el poder total como en el número de países competidores incrementó la presión política en el mundo, pues varios actores continuaron luchando contra los demás. Entre 1870 y 1900, Gran Bretaña incrementó su territorio en la mitad y su población en un tercio. El nuevo Estado de Alemania, que discutiremos en otra sesión, adquirió un millón de millas cuadradas de territorio entre 1880 y 1900. Francia obtuvo 3.5 millones de millas cuadradas durante el mismo periodo.
Ahora analicemos la posición de Gran Bretaña dentro del ascenso del imperialismo en el siglo diecinueve. El Imperio Británico, en oposición a la Gran Bretaña colonial, apareció durante la Guerra de Crimea (1853-1856). Esta guerra fue peleada por los reclamos de Rusia de proteger a los cristianos ortodoxos que vivían bajo el gobierno de los sultanes otomanos, que eran musulmanes. Por el miedo al deseo ruso de extender su influencia sobre el Imperio Otomano, los británicos y franceses declararon la guerra a Rusia. La guerra fue un total desastre para todos, con mucha gente muerta sin ningún propósito. Cada lada perdió alrededor de 250,000 hombres, con la mayoría de muertos debido a enfermedades en vez de actividad enemiga. Al final, las fronteras de la Turquía Otomana fueron confirmados y los rusos obtuvieron un ojo morado. Esto tuvo implicaciones de largo plazo para Europa en varios niveles. Primero, Austria había apoyado a Gran Bretaña, Francia y Turquía, aunque no se metió a la guerra. Esto significaba que Rusia retiraría todo su apoyo diplomático a Austria. Por tanto, cuando Austria peleó contra Prusia por el liderazgo sobre un nuevo Estado alemán, sólo podría pedir el apoyo de Francia y Gran Bretaña, lo que significó que no recibiría ninguna ayuda. Segundo, desde la perspectiva británica esta guerra establecía qué tan esencial era una armada fuerte para defender los intereses británicos alrededor del mundo, e hizo que la armada fuera fuente de orgullo nacional. Desde entonces habría un consenso dentro de la política nacional británica que la armada debía ser abastecida de fondos debidamente. El Imperio Británico, además de ser una gran empresa económica, era también el derecho de nacimiento de cada británico.
Los efectos políticos de la Guerra de Crimea deben ser entendidos en términos de las experiencias británicas en otras partes del mundo. Comencemos con la India. The British East India Company había estado funcionando en la India desde el siglo dieciocho (Se acordarán que los británicos robaron a los holandeses sus intereses en la región). La East India Company era, sin embargo, un serio problema financiero para mediados del siglo diecinueve, y su única esperanza de sobrevivir era darle acceso a más territorio indio. Por tanto, entre 1848 y 1852, Gran Bretaña anexó a una serie de rajás que incrementaron mucho los recursos totales de la East India Company. El proceso de anexión cobró vida propia pues aparecieron resistencias. En 1857, la rebelión Sepoy estalló contra la dominación imperial británica. Esta rebelión se generó por las objeciones religiosas a las municiones británicas. Los británicos utilizaron un tipo especial de cartucho que se lubricaba con grasa animal. El problema con este sistema recaía en la utilización del cartucho. Para cargar el arma, un soldado tenía que romper la envoltura del cartucho con sus dientes. Los hindúes y los musulmanes objetaban el uso de este cartucho y se levantaron en contra. La rebelión llevó a una mayor ocupación, un proceso que terminó en 1876, cuando el primer ministro británico declaró a la reina Victoria como Emperatriz de la India.
Lo que necesitan entender acerca de este proceso es que los intereses económicos de Gran Bretaña la impulsaron hacia un imperio más grande. Con el control firme sobre la India, Egipto se convirtió en pieza clave de la política imperial británica. Los franceses habían completado el Canal de Suez en 1869. Al encontrar un interés común en mantener el canal abierto, los británicos y los franceses inicialmente lo administraron de manera conjunta. Sin embargo, en 1882 los nativos se levantaron contra el dominio imperial y los británicos ocuparon Egipto. Esto exacervó las tensiones entre Gran Bretaña y Francia, estableciendo el foro para una competencia imperial entre ambos países en Asia. Francia había desarrollado una imperio extenso en Asia y el Pacífico. Ya en 1847, los franceses tomaron Tahití. En 1853 adquirieron Nueva Caledonia. En la década de 1870, tomaron todo Vietnam, Laos y Camboya. Rumores de que los franceses se aproximaban a Birmania hicieron que Gran Bretaña se anexara esa región en 1886.
Los líderes europeos estaban al tanto de los peligros que habían creado. De hecho, había intentos para regular la competencia imperial, en tanto que las potencias pudieran evitar la guerra. Otto von Bismarck fue uno de los manipuladores principales en el drama que siguió, y el continente africano fue la principal víctima. Comencemos en 1876. En ese año, el rey Leopoldo de Bélgica invitó a un grupo de geógrafos a un conferencia en Bruselas para hablar de la explotación de los recursos naturales de África. En 1877, el rey estableció una compañía privada, llamada Asociation Internationale du Congo, que exploraría el río Congo y establecería puestos comerciales. Para 1884, este comité había firmado tratados con más de 450 tribus locales, y sobre esta líneas se hizo del control completo de la región que hoy es Zaire (In fact, today is called Democratic Republic of Congo).
Antes de continuar con África, necesitamos regresar a Europa, porque ahí podemos ver uno de los problemas estratégicos fundamentales del siglo diecinueve: la rivalidad que surgió entre Gran Bretaña, Francia y la nueva Alemania. En 1877 se desató la guerra entre los rusos y los otomanos, pues los rusos ayudaron a los levantamientos separatistas en Bosnia, Herzegovina, y Bulgaria. Rusia y sus aliados ganaron, y en enero de 1878 se firmó el tratado de San Estéfano con el que se ratificaban los beneficios obtenidos por Rusia en los Balcanes. Esto alarmó a los británicos y a los austricos, quienes sintieron amenazados sus intereses. Para evitar una crisis internacional, se celebró un congreso en Berlín para revisar el tratado de San Estéfano, dando algunas de las ganacias rusas a Austria. Otto von Bismarck presidió la conferencia, haciendo lo mejor para asegurar que ninguna potencia se convirtiera en lo suficientemente poderosa como para amenazar el nuevo status quo político que había creado en Europa. (Hablaremos de Prusia en otra sesión). Lo que quiero enseñarles hoy es que la presión era muy grande dentro de Europa que tendría que ser ventilada en algún lado. Bismarch se aseguró que fuera ventilada en África.
Ahora regresemos a África. En 1881, en parte por conveniencia de Gran Breteña y Alemania, los franceses invadieron Túnez. Tanto los británicos como los alemanes querían alejar a la política exterior francesa del deseo público de vengar su derrota frente a Prusia en 1871. Mientras los franceses se involucraban en la parte norte de África, Bélgica estaba ocupada en Congo, extrayendo las materias primas y oprimiendo a la población local. Las ganancias belgas hicieron descontentos a los portugueses. Los italianos ya estaban descontentos con las ganancias francesas en África, y dado que la ira se extendió, hubo otra conferencia en Berlín llamada Conferencia de Berlín sobre África Occidental. Esta conferencia creó al Estado Libre de Congo e inaguró el proceso, en gran parte pacífico, de la repartición de la totalidad del continente africano. Dentro de veinticinco años, el 95% (noventa y cinco por ciento) de África estaría bajo control europeo, pues Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica y Portugal establecieron imperios. Estos imperios fueron producto de las rivalidades políticas y económicas de Europa. Cuando África fue finalmente repartida, y no había más lugar a dónde ir, estas rivalidades regresaron a Europa. Entonces, no es accidente que la Primera Guerra Mundial comenzara con una pequeña crisis en los Balcanes.
Ahora debemos hacernos a un lado por un momento y analizar las rivalidades europeas a través del Imperio Británico. Lo primero que notamos desde la perspectiva británica es que las políticas británicas mercantil y marítima crearon una necesidad constante de expander las fronteras de Gran Bretaña hacia el mundo. Para cuando comenzó la Guerra de Crimea, Gran Bretaña ya tenía detrás doscientos años de experiencia colonial. Cuando otros países entraron en escena, el impulso para defender la red colonial existente fue puesto en la agenda imperial. Los británicos no se anexaron ciertas regiones porque les dieran más riqueza sino que actuaban defensivamente para evitar que otras potencias europeas amenazaran sus intereses globales. De esto se trataba el Congreso de Berlín. Aquí regresamos a un tema mencionado anteriormente: la expansión de la industrialización fue central para este desarrollo. A medida que las industrias aparecían a lo largo de Europa y después, en Estados Unidos y Japón, la competencia imperial se volvió más intensa. Si Gran Bretaña pretendía asegurarse de ser la primera potencia, necesitaba una armada fuerte. Por tanto, a ninguna potencia podría permitírsele crecer lo suficiente como para retar la supremacia naval británica. Esta es la razón por la que los británicos perseguían una política del status quo tanto en las fronteras como en el gasto militar en el continente europeo. Cuando Alemania surgió como un competidor poderoso en lo naval y en lo imperial se había puesto el fundamento de la siguiente gran guerra.

Sesión 12: La revolución permanente: Francia y los orígenes del Estado burgués

Hemos estado discutiendo una serie de abstracciones durante las últimas semanas. Hoy, vamos a regresar a la política y comenzaremos con el problema fundamental para Europa en el siglo diecinueve: ¿qué hacer con los franceses? Al contrario de Inglaterra, Francia era incapaz de evitar una revolución política durante el siglo diecinueve. Entre 1789 y 1989, Francia tuvo cinco repúblicas, tres monarquías y dos imperios. Ahora contrastemos a Francia con Gran Bretaña, cuyo parlamento y monarquía han sobrevivido la revolución francesa, Napoleón, dos guerras mundiales y la pérdida del imperio colonial. Debemos también incluir a Estados Unidos, cuya constitución ha estado en vigor desde 1787, sobreviviendo no sólo una guerra civil sino también la depresión, además de dos guerras mundiales.
La inestabilidad de Francia durante el siglo diecinueve es más desconcertante pues la revolución industrial ofrece pocas explicaciones. La industrialización ocurrió a un ritmo menor en Francia que en cualquier otra parte de Europa, y de hecho, fue menos perjudicial. Durante el siglo diecinueve, el incremento promedio en el producto interno bruto de Gran Bretaña fue casi el doble que el de Francia. Esto no es necesariamente algo malo. Los franceses no necesitaban grandes tasas de crecimiento, pues la población no estaba creciendo tan rápidamente como en otros países. La tasa de natalidad en Francia representaba tan sólo el 60% (sesenta por ciento) del promedio de Europa occidental. Esto significaba que no había tanta presión sobre los recursos agrícolas e industriales, un hecho que se evidenciaba en las notoriamente bajas tasas de emigrantes franceses. Al contrario que los ingleses, los irlandeses, los alemanes, y después los europeos orientales, los franceses tendían a quedarse en su país. Si vamos a encontrar una explicación para el tumultuoso siglo diecinueve francés, debemos buscar en otro lado, esto es, en la política, y especificamente en los legados revolucionario y napoleónico. La historia del siglo diecinueve en Francia es, de muchas formas, la historia de la incapacidad para distinguir el periodo revolucionario.
El regreso de los Borbones después de la derrota incial de Napoleón estaba muerto desde el principio, pues Francia y su nobleza se habían dividido. En 1789, los príncipes de sangre y sus partidarios realistas habían huído de Francia, asentándose comunmente en la ciudad alemana de Coblenza. Cuando regresaron después de 1814, su país había cambiado profundamente y muchos de ellos nunca aceptaron a la nueva Francia. Como el diplomático francés Talleyrand dijo de los Borbones: “No han aprendido nada, no han olvidado nada”. Esto era una exageración. Cuando Luis XVIII (dieciocho) regresó al trono en 1814, tenía problemas fuertes que habrían sido difíciles de resolver para cualquiera. De hecho, esto apunta hacia la falta de consenso político en Francia. Y este sería el tema central para la política francesa del siglo diecinueve.
El primer problema de Luis era que aunque Napoleón se había ido, el Estado Napoleónico permanecía pues el ejército completo de burócratas que Napoleón había creado seguía en servicio. Luis necesitaba de esos burócratas y por ello practicó una política conciliatoria al negarse a purgarla. Esto indignó a los más fervientes partidarios del rey. Guiados por el Conde de Artois, el hermano más chico del rey, la facción conocida como los ultrarrealistas o ultras demandaba que todos los cambios posrevolucionarios fueran abolidos. Por tanto, Luis se vió atrapado entre grupos que querían eliminar los cambios de la revolución y grupos que debían a ella su estatus. Esta era una posición difícil pero inicialmente logró manejarla al crear un punto medio entre estas facciones en oposición, tratando de sanar la ruptura política que la revolución había creado. Desafortunadamente para Luis, Napoleón regresó y la reconciliación se hizo imposible.
Napoleón escapó de su prisión de Elba en 1815, y marchó por Francia durante los “Cien días”. El regreso del emperador intensificó las ya de por sí profundas divisiones políticas. Primero, muchos de los antiguos partidarios de Napoleón se levantaron contra el nuevo gobierno, incluyendo algunos ejércitos que el rey había mandado para detenerlo. Segundo, la paz final con las potencias victoriosas, quienes inicialmente habían ofrecido condiciones indulgentes, fue dura y dolorosa. Por tanto, se aplicaron represalias después de la segunda restauración de Luis XVIII, con el gobierno purgando a muchos de los funcionarios napoleónicos cuya lealtad al rey estaba en duda, y ejecutando a aquellos que activamente se habían unido a Napoleón. Finalmente, los “Cien días”incitaron el enojo público contra los demandantes napoleónicos. Al sur y al este de Francia bandas de vagabundos aplicaban su propia justica contra la gente que había estado del lado incorrecto. Esto produjo una radicalización de corto plazo en la política francesa que resultó en agosto de 1815 en la elección de una Cámara de Diputados reaccionaria.
La reacción pos-“Cien días” generó nuevos problemas para Luis XVIII. Aunque estaba feliz de ver una Cámara de Diputados conservadora –inicialmente los llamó “Parlamento inigualable”- este grupo probó ser demasiado reaccionario incluso para él, pues demandaban: el regreso de todas las propiedades a sus poseedores prerrevolucionarios, la abolición total de la burocracia napoleónica y el control de la Iglesia sobre el sistema educativo. Los ultras, el segmento más reacccionario de la sociedad, se volvió más estridente en sus llamados a reaccionar que incluso los ejércitos extranjeros ocupantes se pusieron nerviosos. El rey trató de negociar con esta situación al continuar con su middle curse y nombró un gobierno moderado conducido por Elie Decazes. Desafortunadamente esto no resolvió nada.
Para septiembre de 1816, la situación se había vuleto intolerable y Luis convocó a nuevas elecciones. Esta elección produjo una Cámara de Diputados más moderada, en parte porque los resultados fueron fuertemente manipulados. Tres amplios grupos aparecieron. A la izquierda estban los liberales, un grupo que se formaba por los republicanos y los bonapartistas. En el centro estaban los realistas, gente que en su mayoría se comprometió con alguna forma de monarquía constitucional. A la derecha estaban los ultras, gente que quería regresar al antiguo régimen. (Sólo para darles una idea de lo volátil de la situación, los ultras se dividieron después en ultras y ultra-ultras). Desafortunadamente, los próximos cuatro años sólo trajeron una polarización más fuerte pues los liberales ganaban fuerza en las subsecuentes eleciones y los ultras se volvían más histéricos en su oposición. Parecía no haber un punto medio.
Desde 1820 hasta 1830, los ultras controlaron la Cámara de Diputados esencialmente gobernaron Francia, exacervando todas las divisiones políticas que he discutido. Además, Luis XVIII se enfermó y abdicó al gobierno, dejando al conde de Artois, su hermano y líder de los ultras, en su lugar. El conde se embarcó en una política de represión. Las cosas empeoraron en 1824, cuando Luis se murió y el conde ascendió al trono como el rey Carlos X (décimo). Bajo la Cámara de Diputados del nuevo rey pasaron una serie de leyes reaccionarias que, entre otras cosas, compensaba a los emigrados revolucionarios, hizo del sacrilegio un crimen capital, y restringía la libertad de prensa.
Se pueden imaginar que con todas las cosas que habían cambiado en Francia, las prospectivas a largo plazo del régimen no eran buenas y finalmente cayó en julio de 1830. La caída del régimen revolucionario es importante porque resalta desde otro ángulo cómo el legado revolucionario continuó para envenenar a la política francesa. Dos asuntos dominan la escena política en la década de 1820: el problema del compromiso político con los liberales, y el papel de la religión en la vida cotidiana francesa. Como mencioné antes, los ultras gradualmente se dividieron en los ultras y los ultra-ultras. El primer ministro francés Conde de Villèle era un ultra, pero estaba dispuesto a comprometerse con otros grupos como los liberales y los moderados. Esto enojó a los ultra-ultras que aborrecieron a Villèle a pesar de todo lo que tenían en común, y constantemente colaboraban con la izquierda para crearle problemas al gobierno.
La religión desestabilizó aún más la situación. Los periodos revolucionario y napoleónico habían secularizado a Francia, con mucha gente alejándose de la Iglesia y de sus expresiones abiertas de piedad. Sin embargo, el problema era que los nobles que habían huído de Francia después de 1789, los tan llamados émigrés, se habían vuelto más piadosos mientras más tiempo habían estado fuera. Por tanto, cuando regresaron, demandaban el restablecimiento del control de la Iglesia sobre todos los aspectos de la vida. Y, una vez más, esto simplemente no era compatible con la situación posrevolucionaria.
La naturaleza reaccionaria del Nuevo Régimen llevó al surgimiento de la oposición liberal. Louis Adolphe Thiers es uno de los ejemplos más prominentes de la oposición liberal al régimen de Carlos X. Thiers surgió de un entorno común para convertirse en coeditor del periódico liberal Le National. Thiers y su periódico hicieron una campaña inflexible para correr a Polignac y deponer a Carlos X. Thiers y la oposición pública de Le National crearon una tendencia generalizada en la política francesa contra el gobierno reaccionario. El 19 de julio de 1830 se llevaron a cabo nuevas elecciones y la base política cambió fuertemente hacia la izquierda. Carlos X respondió duramente al decretar una serie de ordenanzas que prohibían la distribución de panfletos políticos, disolvió la nueva Cámara de Diputados, convocó a elecciones nuevamente y restringió el derecho de voto solamente a las personas más ricas de Francia. Al finalizar su trabajo, el rey se fue de París para ir de cacería. Nunca regresó.
El 27 de julio estallaron demostraciones contra el gobierno en París, seguidas de dos días de tumultos sangrientos. Estos tres días son conocidos como la revolución de julio. El resultado final de las demostraciones y tumultos fue un nuevo rey, otro Borbón llamado Luis Felipe. Los opositores a Carlos X ganaron al deponerlo y llamaron a Luis Felipe a convertirse en un verdadero monarca constitucional. Por su parte, Luis Felipe estaba poco emocionado por convertirse en rey. Inicialmente sólo aceptó el título de lugarteniente general del reino, pues su primo realmente no había abdicado. Después de celebrar en las calles de París, Luis cambió de opinión incluso yendo a una reunión política en el ayuntamiento donde alzó la bandera tricolor muy alto y abrazó al marqués de Lafayette.
No mucho cambió bajo Luis Felipe. Luis aceptó la constitución de 1814 y expandió el sufragio. (Bajo Carlos X sólo cerca de 90,000 personas podían votar. Con Luis Felipe se expandió a 170,000) Luis Felipe fue conocido como el rey burgués. Era muy bueno al manejar los símbolos políticos, significativamente se negó a ser coronado rodeado de la pompa que había caracterizado a las coronaciones anteriores. Como rey se aseguró que fuera visto por las calles de París vestido de traje y con sombrero. Trabajaba duro y vivía de manera frugal, dos virtudes que los franceses no estaban acostumbrados a ver en sus reyes. El problema fue que Luis nunca podía decidirse entre ser un rey burgués y un Borbón. Quería tener un papel activo en el gobierno, algo que los liberales como Thiers le habrían negado, pero también quería aplicar las viejas tradiciones de la monarquía.
Desafortunadamente para Luis, trató de encontrar el justo medio entre tradiciones incompatibles. Esta debilidad en su mandato se hizo patente de manera particular en las décadas de 1830 y 1840, pues constantemente desafiaban su legitimidad. La extrema izquierda y la extrema derecha continuaban la lucha, sin que ningún bando estuviera dispuesto a entablar compromisos. Por ejemplo, los ultras se volvieron más legitimistas después de 1830. Tener un rey Borbón no era suficiente y sólo la sucesión de un verdadero Borbón lo sería. Las esperanzas de los ultra recaían en la duquesa de Berry, esposa del fallecido hijo de Carlos X. En 1832, la duquesa dejó su exilio en Italia y llegó al sur de Francia, esperando empezar un levantamiento a favor de su hijo legítimo Borbón. Nada de esto sucedió y fue capturada. Desafortunadamente para la legitimidad, la duquesa también resultó estar embarazada. Y debido a que su esposo había sido asesinado en 1824, era poco probable que fuera su hijo. Al final, la duquesa de Berry tuvo que admitir que se había vuelto a casar y el proyecto de la restauración se colapsó por completo.
Luis Felipe enfrentó otros retos también. Los republicanos nunca aceptaron su gobierno, llevando a cabo una serie de levantamientos entre 1831 y 1834. Estos disturbios fueron provocados por rivalidades laborales, el peor ocurrió en Lyon en 1831 donde 15,000 trabajadores lucharon contra la Guardia Nacional en las calles. El gobierno arrestó a los líderes de los levantamientos y prohibió las asociaciones republicanas, lo que provocó exacerbó a toda la población.
Y los bonapartistas también estaban cerca detrás de su emperador. En los años después de su muerte, el recuerdo de Napoleón había tomado una nueva forma. Ya no era el dictador despiadado que había sido exiliado de una Francia exhausta sino un pequeño cabo que había llegado a la cima y que defendía al hombre común y corriente. Sin importar lo tonto que esto haya sido, esta visión de Napoleón como defensor del pueblo fue un mito muy poderoso. El hijo y heredero de Napoleón, el duque de Reichstatt vivió hasta 1832. Uno podría pensar que este mito se moriría con él pero entonces surgió otro Bonaparte que se cobijaba bajo el manto de Napoleón, Luis Bonaparte, supuesto hijo del hermano de Napoleón. La ironía es que Luis Napoleón no era francés. Había sido criado en Alemania y sólo hablaba alemán, nunca dominó el francés. En 1836, Luis Napoleón invadió Francia con un ejército pequeño y se dirigió a Estrasburgo donde persuadió al comandante militar local de unírsele. Luis Napoleón fue arrestado y sentenciado por su delito, y fue deportado a los Estados Unidos. Finalmente, terminó en Inglaterra donde conflagró otro golpe.
A pesar de todo, Luis Felipe sobrevivió y las cosas parecieron aplacarse en 1840. Fue afortunado en que gran parte de la oposición había logrado verse ridícula. El embarazo de la duquesa de Berry había matado al legitimismo. Los republicanos se habían desacreditado con su violencia, y el bonapartismo parecía ser una broma. Para gran parte de la década de 1840 hubo estabilidad, prosperidad y paz.
Esta situación cambió drásticamente en 1846. El mal tiempo hizo que disminuyeran las cosechas y el precio de los alimentos se incrementó. Agregado a esto, hubo una crisis económica que provocó que las fábricas cerraran y se generó un gran descontento contra Luis Felipe durante 1847. Debido a que la oposición política había sido prohibida, la manera más común de protestar contra el gobierno era agendar banquetes. En estos eventos la gente comía y se quejaba del gobierno. La caída de Luis Felipe comenzó el 28 de enero de 1848, cuando el gobierno reprimió un banquete, alegando que era un evento político prohibido. En respuesta, hubo protestas políticas que se convirtieron en disturbios y los disturbios en una revolución. El resultado fue que los Borbones cayeron por última vez y una segunda república fue proclamada en su lugar.
El gobierno provisional trató de ganar el apoyo de la población al declarar el sufragio universal masculino, que era de aproximadamente nueve millones de hombres, muchos de los cuales votarían por primera vez. Desafortunadamente, el gobierno electo falló en resolver los problemas económicos de Francia, lo que llevó a otra revolución en junio de 1848, los llamados Días de Junio, que se extendió a toda Europa, haciendo tambalear a los gobiernos a su paso. Klemens von Metternich, el ministro austriaco reaccionario fue forzado a abandonar Austria para refugiarse en Inglaterra. La revolución fue reprimida brutalmente y se creó un nuevo gobierno con planes de nuevas elecciones. Por tanto, las cosas estaban dispuestas para Luis Napoleón. Napoleón entró a la política francesa, esta vez de manera legítima, y fue electo presidente en 1848 con una gran mayoría. Disfrutaba de apoyo popular inmediato gracias en gran parte a su nombre, y quería convertirlo en su fuente de poder permanente. Sin embargo, la nueva constitución francesa prohibía la reelección del presidente. Por ello, Luis Napoleón hizo un golpe de Estado en 1852, trayendo consigo el legado de Napoleón I (primero) al hacerse llamar Napoleón III (tercero). En aquel entonces, Karl Marx hizo notar que la historia parecía repetirse, o como el dijo: “en un primer momento es tragedia, en un segundo momento es farsa”. Pero Marx olvidó algo importante: el gobierno de Luis Napoleón hizo cambios fundamentales en el paisaje político europeo.
Discutiré más de los cambios políticos en las sesiones sobre el ascenso de Italia y de Prusia. Lo que necesitan saber de esta sesión es que el reinado de Napoleón III se caracterizó por dos cosas. La primera es la estabilidad. Napoleón III trajo certidumbre política a Francia, lo que permitió que la economía creciera. De hecho, las políticas económicas de Napoleón eran ilustradas. Se aseguró que el pan fuera accesible para los pobres y construyó casas higiénicas para sus ciudadanos. La segunda es lo irresponsable de su aventurismo en política exterior. Aunque Napoleón III no era agresivo militarmente como su tío, él se veía a sí mismo como el negociante de poder en Europa, asegurándose que si algún país ganaba poder, Francia también ganara algo. Esta política funcionó inmediatamente después de la Guerra de Crimea (1853-1856), pero fue desastrosa cuando Napoleón decidió intervenir en Italia y en México. Hablaremos sobre Italia en otra sesión, pero por ahora resaltaré el deseo de Napoleón de debilitar a los Habsburgo austriacos al atacarlos en Italia, pero le salió el tiro por la culata pues sólo debilitó a Austria en su conflicto contra Prusia. La aventura en México le salió casi igual de mal.En 1861 Napoleón III propuso al archiduque austriaco Maximiliano como gobernante de México. Napoleón quería contrarrestar el creciente poder de Estados Unidos al establecer una serie de gobiernos amigos en América Latina. Inicialmente, los franceses apoyaron el ascenso de Maximiliano, pero cuando los Estados Unidos surgieron como potencia después de la Guerra Civil en 1865, Napoleón fue forzado a replegarse. Napoleón también tenía otros planes en el norte de Alemania. Vió al ascendente Estado de Prusia como una cubierta contra los Habsburgo. Desafortunadamente, ese estado terminó venciéndolo y le quitó su imperio en 1870. No importa dónde Napoleón III tratara de intervenir, siempre obtuvo menos de lo que quería y más de lo que negociaba. Hablaremos de las implicaciones de esto en otras sesiones sobre Italia y Prusia.

Sesión 11: El Marxismo

Para entender correctamente los orígenes del marxismo, necesitamos volver a la sesión en la que hablé sobre las revoluciones agrícola e industrial. Los muchos cambios de los que hablé con respecto a los medios de producción no pasaron desapercibidos en aquel entonces. Casi inmediatamente la gente comenzó a criticar los cambios sociales y económicos que estaban en camino. Los ataques más tempranos estuvieron ligados al romanticismo. Especialmente en Inglaterra, los poetas y escritores comenzaron a criticar el sistema de producción que devaluaba tanto al ser humano como a la naturaleza. Shelley y Wordsworth, por ejemplo, se rebelaron contra la deshumanización que percibían. Sin embargo, su oposición era ampliamente estética y no ofrecían ninguna teoría social. Otros críticos conservadores románticos también atacaron el cambio industrial pero simplemente porque se oponían a cualquier tipo de modernización. De nuevo, ninguna teoría real surgió.
Sin embargo otra crítica surgió, pero en otra línea, que llevaría a teorías sociales sofisticadas, o a lo que llamamos socialismo temprano. Los socialistas tempranos atacaron la revolución industrial desde muchos ángulos diferentes. Algunos se oponían completamente a la industrialización; otros querían verla controlada. Los ataques más importantes vinieron de aquellos que querían controlar la industrialización al reorganizarla. En este enfoque, los teóricos atacaron al capitalismo por su explotación, pero adoptaron nuevos medios de producción. La idea era hacer de la industrialización algo más humano. Aquí debemos tomar nota de los tres grandes socialistas utópicos: Robert Owen (1771-1858), Charles Fourier (1772-1837) y Henri Duc de Saint-Simon (1760-1825). Estos hombres no tenían en común mas que su oposición a la explotación industrial. Karl Marx llamó a estos socialistas utópicos porque no tenían ninguna teoría de la historia. Hablaremos más de Marx después. Pero primero, veamos a cada uno de estos pensadores.
Robert Owen era un rico propietario de molinos. No le gustaban los métodos que su molino utilizaba para explotar a los trabajadores, y pensaba que la explotación estaba destruyendo las cualidades morales de los trabajadores. Desde su punto de vista, ni los capitalistas ni la iglesia hacían lo suficiente para solucionar el problema. Por tanto, Owen quería crear una fábrica ideal que permitiría a los trabajadores desarrollar su potencial personal dentro del ambiente laboral. Estableció este ideal en una comunidad llamada Nueva Lanarck. Aquí las horas de trabajo estaban limitadas, las condiciones laborales mejoradas y fueron fundadas las tiendas en manos de los trabajadores. Los niños iban a escuelas corporativas en vez de trabajar en las fábricas. La teoría de Owen decía que los trabajadores felices eran más productivos. Y estaba en lo correcto; la productividad en Nueva Lanarck estaba muy por encima de las comunidades industriales tradicionales. Desafortunadamente, los costos involucrados eran tan altos que Nueva Lanarck no podía ser reproducida, ni tampoco proveía las suficientes ganancias para los inversionistas. Owen también intentó llevar sus reformas a los Estados Unidos. En 1825 compró 30,000 (treinta mil) acres de tierra de una comunidad religiosa en Indiana y la llamó Nueva Armonía. La comunidad parece haber funcionado bien pero también costó el 80% (ochenta por ciento) de la fortuna de Owen. Este tipo de reforma no tenía futuro financiero.
Charles Fourier propuso una forma muy diferente de reorganizar el trabajo. Estaba convencido de que la mejor forma de aliviar la pobreza era organizar a las personas en comunidades agrícolas pequeñas, que él llamó falansterios. Estas comunidades estarían perfectamente equilibradas para dar apoyo y armonía para todos. Un falansterio no tendría más de 1620 (mil seiscientas veinte) personas. Aparentemente, este era el número máximo de personas que podría vivr en armonía en una comunidad. Cada persona en la comunidad trabajaría en un empleo que fuera adecuado a su naturaleza básica. Por ejemplo, Charles Fourier pensaba que los niños pequeños debían ser puestos a cargo de la administración de la basura. La gente más productiva en la comunidad recibiría la mayor paga. Algunas comunidades fueron fundadas bajo estas características, aunque sin el involucramiento de Fourier. Una comunidad en Massachusetts llamada Brook Farm duró de 1841 a 1846. Otra comunidad en Red Bank, Nueva Jersey fue un fracaso. Los teóricos sociales tendrían que buscar en otra parte.
El Duc de Saint-Simon es el último de los teóricos sociales tempranos. Saint-Simon puede ser llamado fundador de la planeación económica moderna. Él pensó que las comunidades industriales trabajarían mejor si estaban mejor planeadas. Por tanto, la élite política determinaría el mejor uso de los recursos y todos los demás trabajarían en un empleo en particular. Saint-Simon también tenía una fe fuerte en el progreso tecnológico. Desde su punto de vista, el trabajo se mejoraría en la medida en la que se avanzara en las tecnologías. Estas dos ideas tendrían un impacto significativo a largo plazo pues la creencia de que la administración científica y el progreso tecnológico se extendería por medio del capitalismo en el marxismo. Aquellos de ustedes que estudien la historia económica reconocerán que éste se convirtió en un asunto central que separó a Friedrich Hayek de John Maynard Keynes en el siglo veinte.
Ahora debemos poner en perspectiva estos avances. Los Owenitas eran gerentes, más interesados en hacer eficientes las fábricas que en cambiar los fundamentos del sistema. Fourier y Saint-Simon estaban igualmente interesados en resolver las implicaciones para la revolución francesa como en lidiar con la industrialización. De hecho, dos cosas fueron de la mano para sus intereses. Aunque los tres hombres hicieron propuestas para el cambio, lo que faltaba era un rigor through-going filosófico e histórico. Es en este contexto que necesitamos entender a Marx, pues él representa tanto una resolución a este problema filosófico en particular y una unión de las tradiciones nacionales importantes. (Para ahorrar tiempo, voy a dejar a un lado a Friedrich Engels). En Marx vemos la economía británica, la teoría de la revolución francesa y finalmente, la filosofía alemana uniéndose para crear una nueva visión del mundo industrializado.
Antes de hablar de Marx directamente, debemos tomar una desviación hacia la historia intelectual alemana, pues Marx sacó muchas ideas de ese contexto (the word you used in English was backdrop and the translation in Spanish is telón de fondo, but in Spanish it doesn’t make sense if you use that word). Entre las consecuencias más importantes de la revolución francesa está la nueva concepción de la historia que apareció en Alemania. La gente había estado estudiando historia como un campo de estudio durante mucho tiempo. Durante el renacimiento, la historia fue estudiada por sus implicaciones morales; en los siglos dieciséis y diesisiete, apareció un nuevo interés por el recuento de los hechos. Sin embargo, no había una manera sistemática de analizar temas distintos y eventos de la historia desde una misma perspectiva. La religión ya no tenía el encanto que alguna vez tuvo. Más aún, ustedes pueden ver todo lo que quieran en la moralidad y los hechos, pero ¿qué significa realmente la actividad humana a lo largo del tiempo? La nueva concepción alemana de la historia surgió del periodo de la revolución francesa como una forma de procesar y explicar los grandes cambios históricos que estaban en camino. Esta concepción de la historia era una mezcla del idealismo filosófico, el romanticismo y la tradición metafísica occidental.
Como ustedes saben, el romanticismo fue la reacción intelectual más significativa contra la ilustración, pues los pensadores europeos rompieron con el racionalismo rígido de la ilustración. Lo que esto significaba es que la gente rompió con la idea de un universo rígido y mecánico. Para los románticos la naturaleza estaba llena de fuerzas y espíritus. El pensador clave en esta transición fue Friedrich Wilhelm Schelling (1775-1854), un filósofo idealista y amigo cercano de Hegel. Schelling combinó el idealismo filosófico de Immanuel Kant con el romanticismo. Estaba ansioso de expandir el concepto de espíritu de Gottlieb Fichte, y estaba de acuerdo con Fichte en que el espíritu estaba presente en el mundo. Pero quería incluir a la naturaleza dentro del concepto filosófico de Fichte. También veía a la naturaleza como la expresión inconsciente del espíritu, mientras que el hombre era su expresión consciente.
Nos topamos con la historia por medio de Georg Wilhelm Friedrich Hegel. El pensamiento de Hegel emanaba de la tradición idealista alemana. Pero en vez de concentrarse en la naturaleza y el arte, Hegel buscó el espíritu en la historia y exploró la relación entre ambos. Lo que le impulsaba a seguir esta agenda de investigación eran la revolución francesa y Napoleón. La revolución como evento y Napoleón como una figura transhistórica requerían de explicación. Para dar un sentido de la destrucción que siguió después de 1789, Hegel usó al romanticismo y al idealismo. El romanticismo puso énfasis en el proceso de pensamiento de Hegel. El gran cataclismo revolucionario era, por tanto, una señal de crecimiento y poder en vez de degeneración. El idealismo dio a Hegel un camino para poner a la razón en este gran proceso histórico. Para explicar el significado de los grandes eventos históricos era en sí mismo evidencia de que la razón de alguna manera los guiaba. Esta combinación permitió a Hegel tomar una perspectiva universal sobre los grandes eventos de su tiempo, que condensaba en su versión de la dialéctica. De manera más simple, la historia produjo una idea o tesis que provocaba una antítesis. Al final, una síntesis se creaba de las dos que la precedían. Marx tomó este proceso dialéctico, pero como veremos, puso su toque único.
En 1848, dos alemanes radicales obscuros, Karl Marx y Friedrich Engels publicaron uno de los documentos políticos principales del siglo diecinueve: El Manifiesto Comunista. Este pequeño texto era la culminación de una meditación larga sobre las lecciones de la revolución francesa y representaba la aplicación de ideal revolucionario para los efectos sociales y políticos de la revolución industrial. El Manifiesto tuvo un impacto enorme en la manera de pensar de la gente. Era corto, directo y ofrecía una manera coherente de pensar acerca de la sociedad moderna. Analizando los cincuenta años previos, podemos decir que condensaba gran parte del pensamiento europeo entre la revolución francesa y la revolución de 1848.
Comencemos por comprender a Marx en su contexto histórico. Marx nació en 1818 en la ciudad alemana de Trier, una ciudad pequeña al lado del río Moselle. Venía de una familia de judíos secularizados. Su padre, Heinrich Marx, se convirtió al protestantismo el año del nacimiento de Karl, y el pequeño Karl fue bautizado a la edad de seis años. Después de asistir a la escuela en Trier, Marx estudió en las universidades de Bonn y Berlín. Fue en Berlín particularmente cuando confrontó la nueva filosofía hegeliana y el ateísmo académico emergente, pues éste veía la esclavitud del hombre en la religión en vez de la liberación. A principios de la década de 1840 esta combinación de filosofía con crítica religiosa se convirtió en el sello de un grupo conocido como los hegelianos de izquierda. Este grupo, que incluía a Marx, aceptaba la noción hegeliana de que la historia es un gran desenvolvimiento de un proceso racional, pero rechazaban la noción de que el mundo presente era la expresión final de la razón. En la visión de los hegelianos de izquierda Hegel había malinterpretado la historia al percibirla en términos del espíritu. Ellos decían que el espíritu existía en la actividad humana por sí sola. La historia sí cambia pero son los seres humanos –no fuerzas abstractas- las que traen el cambio.
Los hegelianos de izquierda cambiaron la idea del espíritu claramente en la obra de Ludwig Feuerbach (1804-1872). Feuerbach era un hegeliano de izquierda que de hecho había estudiado bajo la tutela de Hegel, aunque aplicaba las ideas de Hegel a asuntos teológicos. En 1841 publicó su más famoso libro Esencia de la cristiandad. Este texto fue extremadamente influyente pues ayudó a dar forma al pensamiento de Karl Marx, aunque también tuvo un gran impacto en otro escritor anticristiano importante: David Friedrich Strauss (1808-1874). En su texto, Feuerbach analizaba a la religión en términos psicológicos y antropológicos, al argumentar que la religión era solamente la proyección de la conciencia humana en el mundo. Los seres humanos crearon e idealizaron el concepto de Dios. La historia de la religión es, por tanto, la historia de la especie humana escribiendo sus ideas acerca Dios en el mundo.
Karl Marx estuvo profundamente impresionado con la inversión de Feuerbach sobre Hegel, y se convirtió en el fundamento de su enfoque filosófico. La Alemania de la década de 1840 no era un lugar hospitalario para la crítica de izquierda. Por tanto, en 1843 Marx abandonó Alemania para mudarse a París, llevándose sus ideas filosóficas radicales. En París, Marx estudió en una tradición intelectual completamente diferente, leyendo la historia de Francia y la teoría social temprana. Después fue a Londres donde se encontró con el pensamiento económico británico. El resultado fue un nuevo enfoque de las dos grandes revoluciones de la época moderna: la francesa y la industrial. Pero Marx realizó sus estudios desde una perspectiva alemana en particular, una que incluía una extensa y complicada teoría de la historia.
Las primeras pistas sobre el enfoque básico de Marx aparecieron alrededor de 1845. En 1844 Marx escribió los Manuscritos económicos y filosóficos. En 1845, escribió La Sagrada Familia. La crítica básica de Marx en estas obras sobre el pensamiento político francés y el pensamiento económico británico era que a ambos enfoques les faltaba sentido de la historia. Por ejemplo, en la visión de Marx, aunque la revolución francesa decía apoyar los derechos universales del hombre, simplemnte representaba los intereses de un grupo: los que tenían propiedad. Por tanto, el universalismo francés fue gestado en la ignorancia de su especificidad histórica, lo que significaba que los teóricos franceses tempranos, como Fourier y Saint-Simon, crearon sus enfoques socialistas sin ninguna conexión con las fuerzas históricas. La evalución de Marx era que aunque los franceses entendían la política, no entendían la historia. Una teoría de la política sin una teoría de la historia era una teoría de la política sin un lugar para el cambio.
Marx percibió muchos de los mismos problemas en el pensamiento económico británico. Marx decía, por ejemplo, que el economista inglés David Ricardo se equivocó al suponer que las condiciones económicas para el capitalismo eran naturales y universales. Ricardo había formulado algo llamada la ley de hierro de los salarios, que sostenía que los salarios siempre se mantendrían cerca de los niveles de subsistencia. Sin embargo, Marx respondía que la prevalencia actual de los salarios de subsistencia era sólo un momento específico en el desarrollo capitalista. Como ven, Marx leyó a Ricardo y a Adam Smith, entre otros, de la misma forma que Feuerbach había leído los textos teológicos. Donde la religión describe la enajenación de Dios por parte del hombre, los economistas describen la enajenación de la economía por parte de los hombres. Para Marx, esta posición es ahistórica pues resulta de un sistema creado. Por tanto, el sistema puede ser cambiado. Marx no desechó completamente al pensamiento económico británico. Incluso si los británicos estaban mal, su instinto básico probó ser correcto: las relaciones económicas determinan las estructuras de la vida social. Armado con Hegel, Marx sostenía que los economistas británicos no habían entendido las dimensiones históricas del pensamiento. Eso era economía sin historia.
Ahora analicemos los aspectos alemanes del pensamiento de Marx. Tocó el turno de criticar a Hegel y a sus aliados filosóficos al argumentar que a la historia filosófica alemana le faltaban conexiones con los acuerdos políticos y económicos que los pensadores franceses y británicos habían descrito. Los hegelianos entendían la historia pero su pensamiento estaba al revés. La dialéctica hegeliana se había quedado en el mundo de las ideas cuando debía ser aplicada a las condiciones materiales de la vida. La historia no era una historia del desenvolvimiento del espíritu; era un proceso de relaciones sociales que estaban determinadas por las relaciones económicas. Al final, las condiciones económicas –y no las ideas- conducían la historia. Para Marx esto significaba dos cosas. Primero, la dialéctica hegeliana había perdido el contacto con el mundo material. Segundo, el mundo material sólo podía ser entendido con la dialéctica. Para Marx, los sistemas económico y político pasaban por las etapas históricas necesarias, que Marx describía como la evolución del feudalismo al comunismo pasando por el capitalismo.
Esto nos lleva al concepto marxista del materialismo dialéctico. Al conjuntar todas las corrientes de pensamiento que hemos discutir, Marx anunció que el socialismo inevitablemente reemplazaría al capitalismo, porque era una forma más racional de hacer las cosas. Escribiendo desde su exilio en París y después en Londres, Marx trató de desarrollar una respuesta materialista al idealismo alemán que –no obstante- hizo extensivo el uso del enfoque idealista a la historia. Marx argumentaba que la verdadera enajenación es la separación del hombre de lo que produce. Si hay algo esencial para la humanidad es que las actividades productivas de la gente tienen lugar dentro de las estructuras sociales. Por tanto, en el capitalismo los trabajadores pierden contacto con las cosas que producen. Marx agregó que la enajenación no es permanente porque el sistema económico puede ser cambiado. Este cambio sucederá como un asunto de lógica e historia. Sin embargo, en la medida en la que el cambio es histórico e inevitable, también es supranacional. El socialismo puede y será esparcido más allá de las fronteras políticas pues el sistema alemán de producción económica también estaba en marcha de acuerdo con las mismas leyes, y el francés y el británico y todos los demás también.
Por tanto, Marx representa una de las síntesis culturales más importantes del siglo diecinueve. Él ofrecía un recuento coherente de la historia, la política y la economía en un gran sistema. Esto era importante en dos niveles. Primero, la teoría marxista de la historia era fundamentalmente optimista. En este sentido llenaba el vacío dejado por la crítica de la ilustración hacia la religión. Mientras que los cristianos alguna vez estuvieron seguros de que el juicio vendría en el siguiente mundo, los marxistas podrían estar seguros de que la revolución del proletariado llegaría. Segundo, las ideas de Marx cumplían con las necesidades percibidas de una comunidad intelectual emergente que buscaba conexiones sin referencia al origen nacional. Por tanto, uno podía ser marxistas en París, Londres, Berlín o Roma. Por medio de su comprensión y optimismo, el marxismo se convirtió rápidamente en la ideología europea más dinámica y de más largo alcance. Los trabajadores del mundo y sus contrapartes intelectuales podrían unirse a la búsqueda de otra totalidad.

Sesión 10: El liberalismo

El liberalismo es la respuesta ideológica de la revolución francesa más ampliamente difundida. Su principal virtud era reconciliar tanto a la revolución industrial como a la francesa en un solo enfoque. El liberalismo enfatizaba tanto la libertad económica como política. Por la parte económica abogaba por un gobierno limitado que permitiera que las personas se involucraran libremente en la actividad económica. El término para describir esta posición era laissez-faire. Por la parte política, enfatizaba las libertades civiles que originalmente habían sido parte de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Por tanto, los liberales podían reclamar que su ideología se ajustaba a las condiciones históricas recientes. No estaban en contra de los cambios políticos o económicos recientes; simplemente eran realistas en un mundo cambiante. Por esto, los liberales se distinguían de una gran cantidad de enemigos, como los conservadores que querían regresar al antiguo régimen, los revolucionarios intransigentes que querían el terror político, y un grupo emergente de críticos sociales que hoy llamamos marxistas. Hablaremos sobre los marxistas la próxima sesión.
El término liberalismo surgió en el siglo diecinueve. Se derivó de la palabra latina liberalis o “relativo al hombre libre” y fue una reacción a lo que muchos liberales veían como excesos revolucionarios. (La naturaleza genérica del liberalismo se mantuvo durante el siglo diecinueve, pues los liberales generalmente no incluían a las mujeres en su visión del mundo). No obstante, los liberales sí profesaban un aumento en la autonomía individual. Para ellos, la expansión de la autonomía no podría venir por medio del cataclismo de la revolución. Los liberales contrapesaban tanto a los conseradores como a los revolucionarios con un énfasis en la idea del progreso. Para los liberales, todo cambio en el sistema político y económico tenía que ser predecible y controlable, y es por ello por lo que enfatizaban las constituciones y los procedimientos. Por tanto, el liberalismo trataba de canalizar las fuerzas del cambio por medio de procesos legales que mejoraran las malas condiciones sin ceder el poder a las masas populares.
El miedo a las masas es lo que hace que el liberalismo rompa con gran parte de la ilustración. Como Burke, a los liberales no les gustaba la inclinación de la ilustración hacia las abstracciones. Se oponían a cualquier doctrina amplia de los derechos naturales, pues las veían como políticamente peligrosas. Tomaron un enfoque pragmático pues creían que los derechos eran una evolución histórica, como había dicho Burke. Para los liberales, lo importante era asegurarse de que la evolución continuara y fuera suave y predecible. Este énfasis en el cambio procedimental se originó en dos creencias. La primera era que la gente libre generalmente son mejores personas. La segunda es que incluso la mejor gente cede ante las pasiones. Por tanto, la manera para hacer que la gente fuera libre sin llegar al caos era tener claro procedimientos constitucionales que permitieran un cambio moderado. En esencia, los liberales creían que el fin de una mayor libertad no podía ser separado de los medios utilizados para ganar dicho incremento en la libertad. Éste era el único camino para que los espectros gemelos de la reacción conservadora y del exceso revolucionario pudieran ser evitados.
Durante el siglo diecinueve hubo dos centros del pensamiento liberal: Gran Bretaña y Francia. Hubo otros liberalismos en Europa, especialmente en Alemania, pero estos debates le deben mucho a Francia y Gran Bretaña y políticamente fueron más débiles. No obstante, aunque los liberalismos británico y francés eran parecidos en sus ideas básicas, cada uno tuvo orígenes diferentes. El liberalismo británico se derivó de la tradición ilustrada del utilitarismo. Esta corriente de pensamiento enfatizaba la aplicación de la razón a problemas sociales y políticos. El énfasis en la razón se combinó con una larga tradición de parlamentarismo para hacer política pública, fundamentalmente para la creación de leyes racionales. Por tanto, durante el siglo diecinueve, los liberales británicos lucharon por mejores leyes. En contraste, la tradición francesa se originó en las fallas de la revolución y la restauración posnapoleónica. Los liberales franceses creían que Francia necesitaba mejorar las estructuras estatales. Por tanto, los pensadores franceses enfatizaron el diseño de un Estado mejor y más liberal, haciendo a un lado el problema de las leyes individuales. Veremos cómo esta diferencia de énfasis hizo que los liberalismos británico y francés tomaran diferentes caminos.
Comenzaré con la tradición británica. Analicemos a Jeremy Bentham (1748-1832), el último gran teórico de la ilustración. En 1789, Bentham publicó Introducción a los Principios de la Legislación Moral. En este libro, Bentham sentó de hecho las bases para un mapa del camino para todo el liberalismo futuro. Bentham creía en el poder de la razón para realizar cambios. Por tanto, argumentaba que la gente necesitaba aplicar la razón a todos los problemas sociales y políticos, con el fin de reformar tanto al Estado como a la sociedad en líneas más racionales. ¿Cómo uno puede juzgar si una política es racional? Bentham sostenía que la gente debe apelar a un principio en política: el mayor bien para el mayor número de personas. Esto significaba romper con una larga tradición corporativa que equilibraba el choque entre sí de los intereses de los diferentes órdenes. Quien era feliz tradicionalmente le importaba muy poco, especialmente si la gente infeliz eran también campesinos.
Este era un enfoque intelectual poderoso. Para Bentham, la mejor política era aquella que permitía a la mayor cantidad de gente seguir su propio interés. Este enfoque tuvo dos efectos. Primero, debilitó las concepciones tradicionales del privilegio social. Si a la gente se le permitía seguir su propio interés, también debían ser liberados de leyes arbitrarias. Segundo, este enfoque también atacó la creencia ilustrada del derecho natural. El propio interés se originó en las condiciones dadas de una sociedad; no es una abstracción que está sujeta a interpretaciones múltiples. Esto llevó a lo que Bentham llamó felicific calculus, o el cálculo de los placeres y daños. Bentham pensaba que el Sumo Bien podría ser determinado al ponderar los placeres contra los daños. Aquello que trajera el mayor placer y el menor daño al mayor número de personas era la mejor política. Deben notar que la idea completamente debilita la política romántica. Sopesar los placeres y los daños no era en sus orígenes un proceso emocional pero tampoco daba lugar a la tradición o a la jerarquía.
Por tanto, Bentham sostenía que las leyes deben darle a las personas la libertad para obtener su propio interés. Esto significaba que el mejor sistema político era aquel que se basaba en el sufragio universal masculino y libertad de prensa. Las ideas debían fluir libremente si las personas debían decidir lo que era su propio interés. Con ese fin, Bentham quería expandir el sufragio y terminar la censura. Estos pilares gemelos del pensamiento de Bentham se convirtieron en el fundamento del liberalismo británico del siglo diecinueve. Dos de los más famosos seguidores de Bentham son el economista James Mill y su hijo John Stuart Mill. James Mill hizo más que cualquiera para difundir las ideas de Bentham. Era un escritor prominente y se oponía tanto a la revolución francesa como al romanticismo. Sus más famosas obras incluyen un artículo titulado “Gobierno” que apareció en las primeras ediciones de la Encyclopaedia Britannica y su libro Elementos de Economía Política (1821). El artículo “Gobierno” fue particularmente importante porque proveyó el sustento filosófico para la primera gran reforma del sistema electoral del siglo diecinueve en Gran Bretaña, con la ley de reforma de 1832. Una serie de reformas seguirían a esta, y en 1928 cada británico que tuviera veintiún años tendría el derecho a votar.
Aunque tenía una relación difícil con su padre, John Stuart Mill se unió a la causa liberal. Sin embargo, Mill fue más lejos que su padre al considerar la naturaleza y los fundamentos de la sociedad. Fue un pensador multifacético pero su contribución más importante fue en la economía política y en la filosofía política. Durante la década de 1840 publicó una serie de obras sobre economía política en la que consideró si las relaciones de propiedad eran en sí un problema para la sociedad. Mill estudió cuidadosamente la literatura socialista emergente y, aunque no era un socialista, sí creía que la política necesitaba dar soluciones a lo que llamaba “cuestiones sociales” antes de que el descontento hiciera imposible la forma racional de la política. Sin embargo, su obra más famosa, que leerán para esta clase, es Sobre la libertad. Publicada en 1859, este texto es la piedra angular de toda la subsecuente argumentación liberal sobre la libertad de pensamiento. En el contexto que he descrito acerca del utilitarismo, es notable por dos razones. Primero, sostiene como una creencia absoluta al sumo bien de la libertad de expresión. Aun si algunos utilicen mal su libertad, en general más bien que mal se obtiene de un debate libre. Segundo, es terriblemente elitista. Una de las principales preocupaciones del texto es argumentar que los librepensadores necesitan evitar la presión social. Considerando que a los pensadores previos les había importado la censura estatal, a Mill le preocupaba la censura que los no informados o los no letrados pudieran practicar. Deben tener estas cosas en cuenta mientras leen el texto.
Ahora, analicemos la escuela francesa del liberalismo. Como mencioné antes, los pensadores franceses no estaban interesados en cómo pasar más leyes racionales, lo que querían era entender cómo crear estructuras políticas estables. Empezaré analizando los indicios de este tema con Benjamín Constant (1767-1830). Nacido en Lausana, Constant era francosuizo, y su padre era un oficial menor al servicio del Estado holandés. Constant viajó ampliamente durante su juventud y también estudió en Alemania, Inglaterra y Escocia. Durante la década de 1790 fue partidario de la revolución francesa, pero después se unió al gobierno napoleónico. Pronto se desilusionó del autoritarismo de Napoleón y dejó Francia para vivir en el exilio en Ginebra.
Constant creía, por sobre todas las cosas, en la libertad individual. En este sentido, estaba fuertemente influenciado por los románticos alemanes. Durante algún tiempo estuvo en Weimar donde conoció a Goethe y a Schiller, y se convirtió en amigo de Friedrich y August Schlegel. También tuvo una larga relación con la descubridora francesa del romanticismo alemán: Madame de Staël. Al haber analizado tanto al periodo revolucionario como al napoleónico, Constant concluyó que Francia necesitaba un sistema estatal que protegiera la libertad individual. Desde su punto de vista, las masas podrían ser una fuerza peligrosa, lo que significaba que un Estado era necesario para mantener la libertad dentro de ciertos límites. Pero Constant también estuvo desilusionado por la restauración borbónica de 1815. El comportamiento de Luis XVIII (dieciocho) mostró que si un rey tenía poder absoluto, la libertad personal también podría ser destruida. Constant favorecía una monarquía constitucional que equilibrara los poderes ejecutivo y legislativo franceses y favorecía también garantías constitucionales estrictas para la libertad personal, como la libertad de prensa y de culto.
Las ideas de Constant se convirtieron en el fundamento del liberalismo francés entre 1815 y 1830. Cuando la revolución llegó en 1830, la gente demandó el tipo de Estado que Constant y sus aliados liberales habían planeado. Parece justo a la medida que Constant hubiera muerto en 1830, exactamente cuando sus ideas triunfaban. Los seguidores de Constant establecieron un gobierno constitucional que fue llamado Monarquía de Julio (En próximas sesiones hablaré más acerca de ella). Bajo la nueva constitución, Francia tendría un monarca constitucional y una Cámara de Diputados muy activa. Desafortunadamente para los liberales, la Cámara de Diputados fue percibida como muy elitista debido al requisito de propiedad para poder votar. Durante las siguientes dos décadas, la Constitución de 1830 se volvió cada vez menos popular, pues más segmentos de la sociedad francesa demandaban el derecho al voto. Eventualmente, esto llevó a otra revolución en 1848, que estableció a la Segunda República Francesa y expandió el sufragio muy ampliamente. Con cada revolución, los liberales franceses creían que Francia se acercaba a la libertad. Sin embargo, el problema con su proceso era que cada nuevo régimen debía legitimarse nuevamente, lo que alentaba a los oponentes del gobierno a dedicarse a criticar de manera más radical.
La inestabilidad de la política francesa entre 1815 y 1848 llevó al surgimiento de otra crítica liberal de Alexis de Tocqueville. Tocqueville sospechaba de los cambios políticos al sostener que Francia se enfrentaba a un nuevo problema: el estado liberal se estaba convirtiendo en una democracia. A Tocqueville le disgustaba la democracia porque pensaba que el anhelo de igualdad, que había caracterizado la política francesa desde 1789, ponía en peligro la libertad. En una democracia, la mayoría siempre supera al individuo.
No es accidente, por supuesto, que Tocqueville fuera un aristócrata. Tenía cierta nostalgia por la vida aristocrática. Pero también se dió cuenta que el ancién regime se había ido para bien. Sus famosos viajes por Estados Unidos lo habían convencido de este hecho, y publicó sus ideas en su obra clásica La democracia en América. Tocqueville percibió a Estados Unidos como una vanguardia para el futuro, porque sufría de la tendencia niveladora que afligía a su país pero también porque era estable. Esto significaba que Estados Unidos podría sobrevivir pero también mostraba cómo la democracia era acechada por la tiranía de la mayoría. La democracia desalentaba el comportamiento excéntrico y necesitaba que las personas se ajustaran. Tocqueville concluyó que la democracia era más igualitaria pero también menos libre que los régimenes democráticos. Por tanto, la verdadera pregunta para los liberales era cómo mantener la libertad dentro de la democracia.
Para encontrar una respuesta a esta pregunta, Tocqueville volteó a la aristocracia. Según él, los aristócratas tenían la libertad para ser poco usuales porque tenían tradiciones familiares que los defendían de la presión social. Por tanto, para Tocqueville la llave de la libertad era mantener a los grupos intermedios que protegían al individuo de los gobiernos electos democráticamente. Desde el punto de vista de Tocqueville, el liberalismo no podría sobrevivir sin este tipo de salvaguardas y que en Estados Unidos dichos grupos intermedios se conformaban por las diferentes religiones. El problema para Europa era que la iglesia y la aristocracia se habían ido. Por tanto, los europeos necesitaban crear instituciones secundarias que protegieran la libertad. Este es un eco del disgusto liberal generalizado por las abstracciones. Tocqueville quería encontrar organizaciones intermedias en la vida diaria, no en doctrinas amplias. Esto es especialmente importante para él pues otro Napoleón entró en escena en 1848. Napoleón III (tercero), el sobrino del gran general, usó el nombre de su tío en un intento para ganar poder en Francia. En última instancia, Napoleón III ganó y Francia renunció a su constitución liberal a cambio de otro imperio.
Este es el contexto que necesitamos para entender a Tocqueville. Él sabía que el antiguo régimen se había ido pero también reconocía que otros peligros contra la libertad se habían presentado, como la democracia y la tiranía. La clave era, por tanto, buscar tradiciones que todavía funcionaran y usarlas en contra de estos nuevos peligros. Este sistema casi nunca funcionó en Francia pero las ideas de Tocqueville siguen siendo muy influyentes. Él junto con otros liberales que he discutido continúan siendo importantes para entender la política actual.

Sesión 9: El Conservadurismo

El conservadurismo es una de las tres ideologías revolucionarias que mencioné la última vez. En general, los conservadores posrevolucionarios rechazaron la incertidumbre y la violencia desatada por la revolución francesa y querían establecer un orden político y social estable. Aunque existieron muchas fuentes del conservadurismo en Europa, sus orígenes como movimiento intelectual real surgieron en Inglaterra con Edmund Burke (1729-1797) Edmund Burke fue el primer europeo en ver a la revolución francesa como un movimiento social e intelectual. Desde este punto de vista, la revolución no sólo trajo un cambio de régimen sino que también alteró los fundamentos de la sociedad francesa. Para Burke, esto significaba que el impacto de la revolución no podía ser contenido. Era un reto para cada sociedad que tenía aristocracia, iglesia y monarquía.
Burke expuso sus argumentos en su famoso libro Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790). Su libro fue escrito de manera temprana durante los primeros seis meses de la revolución. Conocer la cronología es importante porque nos muestra que la oposición de Burke era filosófica en vez de reaccionaria. Muchos de los conservadores se opusieron a la revolución pero sólo después de haber visto la violencia y el derramamiento de sangre. Sin embargo, Burke publicó su oposición antes de que lo peor de la violencia y la destrucción sucedieran. Por estas razones, sus doctrinas son más coherentes y más tomadas en cuenta que las peroratas que sus oponentes escribían en tiempos de terror.
Las Reflexiones sobre la Revolución Francesa eran un muy fuerte ataque a las doctrinas oficiales de las revoluciones. El fundamento para este ataque era su oposición a la abstracción en política. Por ejemplo, Burke rechazaba la idea de los derechos naturales al argumentar que todos los derechos se originaban de la historia de una sociedad en particular. En su visión, los derechos son una herencia que pasan de una generación a otra. Debido a la falta de abstracción en política, los gobiernos tampoco se consideraban como existentes. Las estructuras políticas y legales se desarrollaron lentamente de acuerdo con la historia del país. Al analizar el intento de los revolucionarios de construir un gobierno nuevo y perfecto, Burke argumentaba que el gobierno no era una máquina que podría ser separada y vuelta a unir; en vez de ello, era un organismo que había crecido lentamente y que estaba fundado en las tradiciones y prácticas de un país. En la visión de Burke, el gran error de la revolución era romper la relación orgánica de Francia con su historia y con sus instituciones.
Burke vio al pasado como una fuente de sabiduría. Moderaba los juicios políticos y evitaba que el cambio se saliera de control. En este contexto, incluso los prejuicios podían ser útiles, pues un prejuicio que había funcionado en el pasado era mejor que una idea sin probar que amenazara con la anarquía. (Notarán, basados en la clase pasada, una alusión temprana del rechazo del romanticismo a la abstracción de la razón. Burke no era romántico pero su oposición a la abstracción se incorporó después al romanticismo.) En la visión de Burke, la revolución había perdido su toque con un pasado nacional por lo que se convertiría en el caos y haría necesario un militar fuerte. Él escribió: “En la debilidad de un tipo de autoridad, y en lo fluctuante de todos, los oficiales de un ejército permanecerán por algún tiempo rebeldes y en facciones, hasta que algún general popular, que entienda el arte de conciliar con los soldados, y que posea el verdadero espíritu del orden, logre captar la atención de todos sobre sí mismo... Pero el momento en el que esto suceda, la persona que realmente comande al ejército será su amo, amo (es pequeño) de su rey, de su asamblea, de toda su república”. Dado el curso de la revolución francesa, y su fin con Napoleón, Burke habría podido reclamar, si hubiera vivido para ver el resultado final, un gran triunfo.
Ya he mencionado la anticipación de Burke hacia algunos temas románticos, porque hay una conexión importante entre la política conservadora y el romanticismo inglés. Ya he mencionado a William Wordsworth y a Samuel Coleridge en alguna clase pasada. Ambos hombres cambiaron su postura de ser partidarios de la revolución a opositores a medida que la violencia revolucionaria iba en marcha. Ambos representan la diseminación del sentimiento conservador a lo largo de Europa que aborrecía la violencia revolucionaria. Por ejemplo, Wordsworth se acercó más a las autoridades tradicionales como la monarquía británica y la Iglesia de Inglaterra, aunque sus políticas permanecieron reprimidas. El sentimiento antirrevolucionario de Coleridge era más abiertamente político pues exaltaba las virtudes de los órdenes de la vieja sociedad. En su visión, cada orden jugaba un importante papel en la sociedad. Si la gente trataba de interactuar fuera de su orden, el caos político y social sería el resultado. La postura de Coleridge tendría implicaciones políticas fundamentales pues para él significaba que si la gente no preparada para la actividad política trataba de debatir públicamente, o peor aún, el votar, el Estado se colapsaría. Por tanto, Coleridge pensaba que era mejor que los órdenes convivieran de manera armoniosa, con los nobles a cargo de la política y los demás en sus actividades. Esta idea tendría un gran impacto en líderes futuros como Benjamín Disraelí y Winston Churchill.
Después de la derrota de Napoleón, otra generación de escritores conservadores se hizo presente, particularmente en Francia, que quería reivindicar los ataques de Burke a la revolución pero que se diferenciaba de ella de manera significativa. Muchos de los nuevos conservadores reaccionaron fuertemente contra los excesos de la revolución al demandar mayor seguridad para el Estado. Sin embargo, el problema era que la revolución francesa y Napoleón habían destruido tantas tradiciones que el pasado sólo proveía poca estabilidad. Más aún, algunas tradiciones estabilizadoras que habían funcionado bien en Inglaterra, como el protestantismo, no jugaban un papel significativo en los países católicos. Por tanto, una redefinición del conservadurismo de Burke era necesaria antes de poder ser aplicado en otra parte, y en algunos casos esto empujó al conservadurismo a ser considerado como reaccionario.
Mucho de lo que los conservadores posnapoleónicos hicieron puede ser descrito como una reapropiación de la tradición. Los conservadores franceses oscilaban hacia la Iglesia católica como una fuente de estabilidad y tradición. La Iglesia trajo de regreso a la vida cotidiana un sentido de jerarquía y un orden orgánico. (Por supuesto que aquí hay una conexión implícita al romanticismo.) El Catolicismo no habría cabido bien con la visión de Burke pues él era protestante. Pero en las regiones católicas de Europa, especialmente en Francia, Italia y España, este tipo de conservadurismo religioso tendría una atracción inherente. El francoitaliano Joseph de Maistre (1753-1821) es un buen ejemplo pues representa de manera más completa la alianza entre el trono y el altar. De Maistre tomó una visión más pesimista de la política que sus predecesores ilustrados. En vez de buscar los orígenes del Estado en la razón, como hizo John Locke, él enfatizó la violencia como su aspecto fundamental. En su visión, todos los sistemas políticos se originaban en la violencia. Antes del Estado estaba la anarquía. El Estado evita la anarquía al centralizar la violencia que estaba distribuida aleatoriamente. En este contexto, es la amenaza de la violencia estatal la que quita a la anarquía de la vida diaria.
El énfasis de De Maistre en la violencia se combinó con sus dudas acerca de que la razón llevara a una mayor innovación intelectual. De Maistre fue el primer pensador en teorizar abiertamente sobre la importancia política de los rituales públicos. Para persistir, argumentaba De Maistre, el Estado necesita de rituales. Estos rituales no son racionales pero están diseñados para inculcar creencias y enseñar lecciones. Los rituales públicos de cualquier índole afirman su lealtad al Estado. (El análisis de De Maistre dio en el blanco. No es accidente que los revolucionarios franceses constantemente inventaban nuevos rituales públicos para asegurar al Estado. Algunos de estos rituales eran violentos como el continuo uso de la guillotina lo afirma). En particular, De Maistre sentía que la religión tenía un papel central en el mantenimiento de la seguridad diaria, pues estaba fundada en los rituales. Por tanto, un nuevo enfoque político surgió. El Estado estaba fundado en la violencia y estaba permeado por lo irracional. Si los rituales mantienen al Estado unido entonces los rituales religiosos, que eran los más poderosos y penetrantes de todos los rituales públicos, tenían que ser protegidos por el Estado.
Esta posición filosófica puso en conflicto a De Maistre con casi todo el siglo dieciocho. Se oponía tanto al racionalismo de la ilustración como a las abstracciones de la revolución francesa. De Maistre detestaba los ataques de los philosophes en lo que consideraba como el verdadero fundamento de la vida humana: la religión. De Maistre era un cristiano creyente y veía a la historia y a la política en términos de la voluntad divina de Dios. Al atacar la autoridad de la Iglesia Católica, la ilustración había envenenado a la comunidad social y provocó que Francia perdiera la visión de su misión cristiana. La revolución francesa era solamente el fin predecible a esta triste aventura, pues el dolor y el sufrimiento causados eran el castigo de Dios por el ateísmo (In Spanish, the translation for irreligion is irreligión but it is not of common usage). Esto le dio a la revolución un significado pues toda la violencia podía ser interpretada como una acción simbólica que representaba el plan de Dios. De acuerdo con esta perspectiva, el gobierno del terror era un ritual de sacrificio que purificaba a Francia y la regresaba al buen camino. Ahora que la purificación estaba completa, Francia podía ser reconstruida bajo las líneas tradicionales.
En su obra, De Maistre identifica lo que se convertiría en un problema central para muchos de los pensadores posrevolucionarios: ¿cómo se reconstruye una autoridad fragmentada? La respuesta de De Maistre fue argumentar que la monarquía era la mejor forma de gobierno pues se aproximaba mejor a la voluntad de Dios. La monarquía controlaba el tipo de egoísmo que la revolución había liberado al mostrarle a las personas de cómo el poder estatal se anclaba en un misterio. Por supuesto, los misterios son cosas que simplemente uno debe creer lo que significaba que Voltaire no tenía cabida en el mundo de De Maistre. Sin embargo, para De Maistre la proscripción de Voltaire y de la razón hizo también posible un regreso a la moralidad. Ahora, la Iglesia asumiría su justo lugar en la política. Con el sistema político anclado firmemente en la religión, los individuos podrían vivir en paz dentro de la nueva jerarquía.
De Maistre fue muy popular en Francia y a lo largo de Europa pues hizo posible la comprensión de la destrucción que trajeron las guerras revolucionarias y napoleónicas. Pareció dar una mejor explicación para la violencia de lo que la ilustración pudo. La ilustración había predicado que el hombre era básicamente bueno pero, ¿cómo podría serlo, si había sucedido el gobierno del terror? De Maistre dio una ideología alternativa a las ideas planteadas por Locke, Voltaire y Rousseau. Para él, la gente era mala y necesitaba ser contrarrestada por sistemas de autoridad. Sólo las instituciones tradicionales de la Iglesia y del Estado podrían prevenir catástrofes futuras. Este enfoque se convirtió en la base para los argumentos conservadores futuros sobre la necesidad de proteger a las instituciones tradicionales.
No podemos analizar con detalle todos los conservadurismos en Europa pero antes de concluir esta sesión, quiero analizar otro conservadurismo que comenzó en Europa antes de la revolución francesa y que lo radicalizó: el conservadurismo alemán. Para entender el conservadurismo en Alemania, deben acordarse la sesión sobre la estructura política única de Alemania. Hasta la primera unificación en 1871 con Bismarck, Alemania estaba dividida en muchos principados de diferentes formas y tamaños. En 1648 había todavía 365 (trescientos sesenta y cinco) estados alemanes separados. Algunos, como Prusia y Austria, eran grandes. Otros, como el ducado de Weimar y muchos ciudades-estado alemanas eran muy pequeñas. En la diversidad de las instituciones y estados estaba envuelta una institución antigua llamada Sacro Imperio Romano Germánico. Supuestamente el imperio fue fundado el día e Navidad del año 800 D.C. (Después de Cristo) y creció por los siguientes mil años hasta que fue disuelto por el emperador austriaco Francisco II (segundo) en 1806. Analizaremos la historia del conservadurismo alemán por medio de tres personas: Justus Möser, Friedrich von Gentz y Carl Ludwig von Haller.
El conservadurismo alemán se originó en oposición al cambio político dentro del sistema. El cambio estaba definido principalmente por medio de la agresión de los Estados grandes contra los Estados pequeños. Por tanto, a lo largo de Alemania, las voces de protesta se hacían notar cada vez que un Estado grande –usualmente Prusia- trataba de cambiar los acuerdos políticos existentes. Justus Möser fue una de las constantes voces de protesta. Möser representó las preocupaciones de los Estados alemanes pequeños. Nacido y criado en un pequeño pueblo llamado Ösnabruck, en Alemania noroccidental, donde trabajó toda su vida en el gobierno loca. Möser publicaba un periódico semanal llamado Fantasías Patrióticas, en el que argumentaba sin descanso que el espíritu alemán recaía en la realidad orgánica del Sacro Imperio. Defendió la diversidad regional, las libertades tradicionales y la sabiduría antigua contra las fuerzas del cambio político. Estas ideas serían muy importantes tiempo después para los críticos de la batalla entre Berlín y Viena por el control sobre Alemania. Pero Möser también influenció fuertemente la literatura. Enfatizó la diversidad y las tradiciones locales en el plano cultural en su famoso libro Historia de Ösnabruck. En este texto argumentó que la cultura tenía sus orígenes en las prácticas de la vida cotidiana de gente común y corriente. Si quieren encontrar la verdadera Alemanidad, deben buscar en los campesinos y escuchar su lenguas y aventuras populares. Esta idea tuvo un gran impacto en Goethe y en Herder, dos pensadores alemanes que tendrían un impacto enorme en los románticos.
Si el conservadurismo alemán tenía sus orígenes en la oposición local y el cambio político antes de la revolución francesa, después de ésta se volvió altamente nacionalista. Aquí es donde damos un giro para hablar de Friedrich Gentz. Nació en Silesia, la provincia que Federico II (segundo) había robado a Austria, y su padre trabajaba en la administración prusiana. Gentz creció y fue educado en Berlín, particularmente por hugonotes franceses. La madre de Gentz era parte de esa comunidad de expatriados, lo que significaba que Gentz hablaba y escribía bien tanto el alemán como el francés. Gentz había estudiado filosofía con Kant en Königsberg y era partidario de la revolución a principios de ésta, pero pronto se volvió en contra de la violencia y del derramamiento de sangre revolucionarios. En este contexto, es notable que Gentz fuera la primera persona en traducir al alemán la obra de Burke: Reflexiones sobre la Revolución Francesa. En 1791 leyó la obra de Burke en inglés con fastidio pero después con una gran admiración pues la revolución se había vuelto más violenta. Gentz tradujo la obra de Burke al alemán y la publicó en 1793. Su traducción fue un gran éxtio y convirtió a Gertz en un escritor antirrevolucionario. Invirtió la siguiente década en hacer campaña contra la revolución en una serie de revistas conservadoras. En 1802, por escándalos de índole personal, Gentz se fue de Berlín para vivir en Viena donde se convirtió en parte de los propagandistas conservadores del príncipe Klemens von Metternich. Como miembro del equipo de escritores, Gentz unió la propanda antifrancesa con el conservadurismo y el nacionalismo emergente.
De Gentz cambiamos de tema para hablar del conservador más influyente del periodo inmediato posnapoleónico, Carl Ludwig von Haller. Haller nació en 1768 en la ciudad suiza de Berna. Su padre había sido un funcionario público en el gobierno de la ciudad, y Haller también trabajaría ahí. En 1786, a los dieciocho años, Haller comenzó a trabajar para el ayuntamiento. Sin embargo, la vida tranquila de Haller cambiaría dramáticamente, con la conquista francesa de Suiza en la década de 1790. Haller luchó contra la ocupación francesa, pero fue forzado a abandonar Berna. Regresó tiempo después pero fue forzado a abandonar la ciudad otra vez, cuando se reveló su conversión al catolicismo (Los suizos son altamente protestantes). Como muchos de los jóvenes conservadores, la destrucción del mundo político y social antiguo hizo que Haller buscara orden en la Iglesia Católica.
La obra más importante de Haller es Restauración de la Ciencia Política (1816-1822). En este texto, Haller quería superar la teoría revolucionaria del contrato social con un énfasis en la desigualdad social. En la visión de Haller, la sociedad está basada en la desigualdad social. En cualquier parte, los débiles dependen de los fuertes, y esta cadena de dependencia va directo al príncipe, cuya fuerza protege a todos. Por lo tanto, la autoridad del príncipe era inalienable y él tomaba todas las decisiones políticas solo. Haller no era completamente dogmático en este asunto. En contraste con De Maistre, él no enfatizaba el papel de la Iglesia en el Estado, tampoco argumentaba que el príncipe no pudiera ser despojado del poder. Incluso el príncipe tenía reglas que seguir pues no sólo era el príncipe sino el padre de su pueblo. Sin embargo, al enfatizar la desigualdad Haller hizo manifiesta una fuerte tendencia conservadora en el pensamiento político alemán. Esto se combinaría después con el nacionalismo para darle a la política alemana un sabor antifrancés.
Para concluir, el conservadurismo es un producto tanto de los periodos prerrevolucionarios y revolucionarios de Francia. Tiene varios orígenes y apareció en varios países de formas diferentes. Pero si hay algo que podemos decir de su historia es que la revolución francesa generó un ímpetu para convertir al conservadurismo en un movimiento. Aquellos que había hecho campaña contra cualquier cambio antes de 1789 repentinamente se convirtieron en profetas. Las guerras de la revolución y los asesinatos convirtieron a Dios, al rey y al país en una buena combinación para mantener el orden político y social. La próxima vez hablaremos sobre otro enfoque: el liberalismo.

Sesión 8: El Romanticismo

Hoy comenzaré una serie de cuatro sesiones que analizarán los “ismos” que el siglo diecinueve trajo al mundo. Si hay algo que podemos decir acerca de Europa en el siglo diecinueve es que estaba llena de ideologías. El mundo se politizó después de 1789. A nivel cultural, casi todos parecían explicar el mundo, reimaginarlo o tomar posiciones críticas a favor o en contra de esto o aquello que molestaba, irritaba, favorecía o satisfacía. Quiero comenzar nuestra discusión de este fenómeno intelectual posrevolucionario con uno de los “ismos” más difíciles de definir: el romanticismo.
¿Qué es? Si vemos lo que hoy en día los académicos llaman romanticismo, encontramos un montón de gente con diferentes aspectos políticos, religiones, nacionalidades, especialidades creativas, actitudes históricas y la lista puede continuar. En ello recae el problema al hablar del romanticismo pues no es un movimiento fácil de identificar a comparación de otros como el marxismo, el liberalismo o el conservadurismo. Parece ser un movimiento político sin que en realidad lo sea.
El romanticismo es mejor descrito como estilo, modo o incluso énfasis. Este nuevo modo tuvo un impacto significativo en todos los aspectos de la sociedad europea trayendo un cambio en el arte, la música, la literatura, el sentido humano del yo, el enfoque hacia la naturaleza, e inclusive alteró la manera de pensar acerca de la política. Discutiremos todas estas áreas durante esta sesión pero primero necesitamos clarificar qué es el romanticismo en comparación con la ilustración. Se acordarán de las primeras sesiones en las que describí a la ilustración como un movimiento crítico preocupado por entender pero también por reformar al mundo. Cultivar la razón era su principal propósito. El romanticismo fue una reacción contra este énfasis en la razón. Los escritores, músicos, pintores y políticos ilustrados hacían énfasis en la elegancia, moderación, proporción y gusto. La combinación de estas características representa la vida del salón y de la corte del siglo dieciocho. En contraste, los escritores, músicos, pintores y políticos románticos enfatizaban la autenticidad, el deseo, la energía y la subjetividad.
Lo que comenzamos ver en el cambio de la ilustración al romanticismo son cambios importantes en el énfasis: un cambio de lo universal a lo individual, del desprendimiento a la pasión, de ambientes cultivados a la naturaleza. Un ejemplo de ello es el estilo de los jardines. Durante los siglos diecisiete y dieciocho la gente apreciaba los jardines franceses pues eran cuidadosamente cultivados y usualmente tenían un patrón geométrico. Sin embargo, para 1800 (mil ochocientos) el jardín inglés era la moda. En este jardín, el estilo era más libre, con árboles plantados aleatoriamente con patrones dispuestos para serpentear a lo largo del terreno. Para los románticos planificar cualquier jardín era intervenir en la naturaleza. No hay distinción alguna entre el jardín francés y el inglés pero que la gente considerara la diferencia entre lo natural y lo no natural nos dice algo importante sobre esta nueva forma de pensar.
A partir de aquí voy a analizar diferentes aspectos del romanticismo en la parte cultural: la música, el arte, la arquitectura y la literatura. Finalizaré con una pequeña discusión sobre la política.
Si podemos identificar el origen del romanticismo, éste sería en Alemania a principios de la década de 1790. Escritores como Friedrich Hölderlin, Friedrich Schlegel, Jean Paul Novalis y Ludwig Tieck desarrollaron su interés en la subjetividad, sensibilidad y emoción que Johann Wolfgang Goethe y Friedrich Schiller habían introducido a la literatura alemana en la década de 1770. En su juventud, antes de volverse conservadores, Goethe y Schiller fueron el centro de un movimiento literario conocido como Tormenta y Premura o Sturm und Drang. The Sturm und Drang había sido fuertemente influenciado por el interés en la sensibilidad que caracterizó el trabajo de Joseph Addison y Richard Steele en Inglaterra y Jean-Jacques Rousseau en Francia. Sin embargo, notarán de la lista del vocabulario que los románticos alemanes eran mucho más jóvenes que Goethe y Schiller, y esto es algo que unificará a todos los románticos. Su relación con el mundo había sido delineada por una combinación de juventud con la revolución francesa. La era revolucionaria tuvo una manera de hacer ver que las cosas viejas estaban pasadas de moda. Hölderlin, por ejemplo, trató de fugarse con la mujer de otro hombre porque según alegaba, ambos sentían una conexión; pero fracasó y comenzó un largo camino hacia la locura. Friedrich Schliegle, sin embargo, fue exitoso en lograr que una mujer, Brendel Mendelssohn, dejara a su marido, lo que generó un gran escándalo.
Los románticos enfatizaron fuertemente la experiencia subjetiva, siempre preocupados por documentar lo que sentían y porqué, y actuando en consecuencia con esos sentimientos. Entre estas líneas, una de las cosas más extrañas que los románticos hicieron fue mandar hacer bustos de sí mismos y enviárselos a sus amigos. Cada amigo entonces escribiría una carta detallada acerca de lo que le hizo sentir la contemplación del busto (Como se pueden imaginar, hay una conexión profunda entre la estética del romanticismo y la pseudociencia del siglo diecinueve llamada frenología). Este primer grupo de románticos dio origen a un segundo, e incluso más joven, que incluía a Clemens Brentano, Achim von Arnim, Joseph Görres, E.T.A. Hoffman y Joseph von Eichendorff. Lo que vemos en estos escritores es un interés creciente en lo supranatural y lo espantoso. E.T.A. Hoffman es un buen ejemplo, pues sus historias estaban plagadas de fantasmas, espectros y espíritus malvados que interactuaba tanto en el mundo natural como en el supranatural.
Un despertar literario parecido ocurrió en Inglaterra, aunque un poco antes. El romanticismo inglés supuestamente comenzó en 1798 con la publicación de los versos famosos de William Wordsworth titulados “Baladas Líricas” Ya he mencionado a Wordsworth en alguna sesión anterior porque nos permite identificar la importancia de la juventud para el romanticismo. Al referirse a la revolución francesa, escribió el libro once (11) del Preludio, ”bendecidos aquellos que estaban vivos, pero ser joven era la gloria”. Wordsworth era parte de un grupo de hombres muy jóvenes que se reunían regularmente para discutir poesía y dilucidar lo profundo de sus almas. La lista de personajes incluye a Samuel Coleridge, Robert Southey, y el científico Humphry Davy, quien por equivocación se creía poeta. Una de las cosas extrañas que Coleridge, Southey y Davy hacían era inhalar el recientemente descubierto óxido nitroso o gas de la risa. Se pueden imaginar cuánta diversión debieron tener drogándose y escribiendo poesía. Estos escritores inspiraron a otra generación de escritores románticos. Autores como John Keats, Lord Byron y Percy Bysshe Shelley nos vienen a la mente. Lord Byron estaba tan apasionadamente comprometido con un mundo mejor que viajó a Grecia para fomentar una rebelión, donde murió de fiebre en 1824.
Había más escritores románticos en otras partes de Europa pero debido a las limitantes de tiempo tendremos que concentrarnos en el arte. Es en el arte en donde realmente podemos ver cuán importante es la subjetividad y la pasión personal para los románticos. En esta parte de la sesión analizaremos a pintores románticos importantes desde la tradición inglesa, francesa y alemana. Comenzaremos con el pintor inglés Joseph Turner y el suizo pero naturalizado inglés Henry Fuseli. Turner llevó al máximo la pintura del paisaje inglés y en particular expresa la importancia de la naturaleza para el artista. Notarán que en su primer cuadro Maggiore (1819) los colores tenues y la manera de pintar hacen que el espectador se sienta dentro del cuadro. Contemplar a la naturaleza tenía el objetivo de provocar una sensación en el espectador. Henry Fuseli llama nuestra atención por sus temas supranaturales que ya hemos discutido. Analicen su cuadro “Night-Hag Visiting Lapland Witches” donde la diosa griega Hécate is drawn to? the niño sangrante. Aquí lo extraño y perverso recuerda al espectador las fuerzas obscuras y malvadas que penetran al mundo.
En Francia, Théodore Géricault es otro buen ejemplo del énfasis romántico en la representación y la inspiración de sentimientos. Su cuadro “La Balsa (The Raft) de Medusa” (1819) estuvo inspirada en un naufragio en el que marineros franceses flotaron en una balsa por días en la costa de Senegal. Noten la emoción, la desesperación en este cuadro. Es difícil no conmoverse por la historia de sufrimiento en este cuadro. Otro pintor francés que enfatizaba la emoción, aunque de manera diferente a Géricault, es Eugène Delacroix. Su cuadro de 1830, La libertad guiando al pueblo es una interpretación optimista y liberal de la revolución de 1830. Aquí se nota la emoción de la batalla en la esfera mundial.
En Alemania, encontramos temas similares, el énfasis en las emociones, la inclusión de los espíritus en el mundo. En ningún caso es más clara esta tendencia que en la obra de Philip Otto Runge. En Morning (1808) Runge incluye tanto imágenes de paisaje como de ángeles, una combinación de la añoranza tanto por el mundo natural como por el espiritual. Quizá el pintor alemán más famoso de este periodo es Caspar David Friedrich. Aquí, especialmente, se ve el énfasis en la soledad y el intento de provocar emoción en el espectador. Veamos dos cuadros de Friedrich. El primero es el Lonely Tree (1822) en el que Friedrich sitúa algo completamente normal, un árbol, en un área abierta cuyo espacio transmite el sentimiento de separación y soledad. El uso de la soledad como tema captura la añoranza por lo absoluto que caracterizó a buena parte del romanticismo. El arte era ahora una forma de sanar lo que se había roto. Vemos el mismo tema en The Wanderer above the Sea of Fog (1818). Aquí se invita al espectador a contemplar su propio sentido de diferencia y separación al considerar sus sentimientos sobre la contemplación del panorama de la naturaleza.
Del arte pasamos a la música. Hay una diferencia entre la música clásica del siglo dieciocho y la música romántica, aunque es difícil situarla en el tiempo. Algunos compositores incluyeron elementos tanto de la música clásica como de la romántica pero es difícil trazar la diferencia. Existe un abismo de diferencia entre Bach y Beethoveen. Pero Mozart y Beethoven comparten algunas características importantes, incluso si Mozart no era romántico y Beethoven sí. El principal elemento romántico es su énfasis en la originalidad y libertad sobre la forma. Los arreglos musicales rígidos y viejos fueron eliminados y nuevas formas aparecieron como el capriccio, el intermezzo, el lied, la mazurka, el nocturno y el preludio. Dos nuevos intereses también surgieron y que serían de vital importancia para la música del siglo diecinueve: la voz humana y el piano. En la medida en la que las viejas formas eran rechazadas, la voz se convirtió en algo muy importante para la música romántica y se mezclaba de manera más extensa con una variedad de instrumentos. El lieder de Franz Schubert es un ejemplo clásico de la combinación del piano con cantantes como si fueran un solo instrumento. La inclusión del canto en la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, es quizá el ejemplo más famoso. En Francia, Frédéric Chopin llevó al piano a nuevos horizontes, haciendo su música más personal e intensamente emotiva. Los románticos también exploraron otros temas importantes. Piotr Chaikovski puso música al acontecimiento mundial de la Guerra de Napoleón de 1812, y después durante el siglo diecinueve Eduardo Grieg hizo lo mismo para aventuras populares. Escuchemos para percibir la manera novedosa de incluir emociones en la música. Primero, comparemos a Bach, Mozart y Beethoven. Ahora escuchemos una de los lieder de Schubert. Después Chaikovski.
Ahora, analicemos al romanticismo en la esfera política. Comencemos con la historia y la filosofía. En la medida en la que analizamos la historia y el romanticismo, se hace evidente que el romanticismo no apoyaba ninguna ideología en particular. Los historiadores franceses Jules Michelet y Alphonse Lamartine apoyaban la revolución francesa pues percibían con pasión los eventos históricos. Ya habíamos visto este tipo de sentimiento en Delacroix, quien era un romántico y un liberal. Sin embargo, el conservador francés François Chateaubriand estaba en contra de la revolución y buscaba seguridad en la revolución. En 1802 publicó un libro famoso titulado The Genius of Christianity. Este es un libro importante porque resalta una preocupación fundamental del romanticismo conservador: la búsqueda de autoridad fuera de la esfera política. Para Chateaubriand, la gloria de la cristiandad no estaba necesariamente en su verdad sino en sus rituales y en la jerarquía que creaba. Muchos románticos que añoraban la jerarquía se convirtieron en conservadores y católicos. Friedrich Schlegel es un buen ejemplo. Pero también había románticos católicos que seguían una línea liberal, como Johann Joseph Görres. Podemos ubicar los efectos políticos ambiguos del romanticismo aún más en los románticos británicos. Williams Wordsworth, Samuel Colerdige y Robert Southey comenzaron como liberales de la revolución francesa. Pero todos se desilusionaron. Wordsworth se salió de la política para retirarse a la esfera estética. Por su parte, Colerdige siguió parte de la línea de Wordsworth pero se convirtió en un ferviente cristiano. Finalmente, Robert Southey se convirtió en un Tory sin remordimiento.
Concluyamos haciendo un resumen y viendo hacia el futuro. El romanticismo rechazó los ideales clásicos ilustrados del orden, armonía y equilibrio. Enfatizó al individuo, lo irracional y la imaginación. Encontró belleza en la naturaleza no en el orden creado por el hombre. Estaba profundamente interesado en el pasado por su propio bien. Generó genios de todos tipos, sin importar si eran artistas o figuras políticas, como Napoleón. Sin embargo, estas características también llevaron al romanticismo a esferas más problemáticas. La tendencia hacia la irracionalidad llevaron a los románticos hacia el pasado popular, que se convertiría en la base del nacionalismo moderno. Los románticos se interesaron en las maneras de las personas, recolectando aventuras populares y poemas nacionales. Las disciplinas modernas del folclor y la filología (lingüística) histórica encontraron sus orígenes en el trabajo de los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm, quienes recogieron los cuentos alemanes y leyendas. Al valorar lo natural y lo histórico, los románticos europeos ayudaron a impulsar, lo que en última instancia, un patrón destructivo. Fueron los románticos quienes descubrieron la nación, y las naciones se volverían el problema central para el nuevo régimen.