La primera vez que hablamos sobre Napoleón resalté cómo su necesidad constante de exportar la revolución francesa lo llevo a enfrentarse a Europa hasta que reunió una gran cantidad de enemigos que hicieron que retrocediera el y la revolución y se quedara en Francia. Esta fue una gran victoria para la tan llamada cuarta coalición de Austria, Gran Bretaña, Prusia y Rusia. Sin embargo, al haber vencido a Francia, la coalición tenía el problema de qué hacer con la Europa liberada. La revolución y el periodo napoleónico trajo tantos cambios –políticos, sociales y económicos- que no había manera de regresar al mundo anterior a 1789. Por lo tanto, cuando las potencias victoriosas se reunieron en el Congreso de Viena en 1814, tuvieron que atravesar una línea difícil entre el viejo y el nuevo mundo, entre apagar las fuerzas del desorden y no ir tan lejos como para incitar nuevas revoluciones. Sí se restauró el orden político en Europa, pero sería constantemente retado por las fuerzas que Napoleón y la revolución francesa habían desatado.
Hoy, quiero analizar una fuerza contra la que las potencias victoriosas tuvieron que luchar: la creencia entre los europeos que los gobiernos eran, de alguna forma, responsables ante la gente. Mientras que Luis XVI (dieciséis), rey de Francia, había sido rey únicamente por gracia de Dios, todos los futuros gobernantes europeos tendrían que construir su derecho a gobernar en líneas más mundanas. Por ejemplo, cuando Luis Felipe se convirtió en rey de Francia en 1830, después de que su predecesor Carlos X había sido depuesto por otra revolución, aceptó el titulo de “Rey de los franceses” y no, como había sido el caso de sus predecesores, el de “Rey de Francia”. Este cambio en la terminología resaltó lo que yo llamo un problema de legitimidad. Durante el siguiente siglo, los estados europeos tratarían de mantener la legitimidad política, a la luz de un acuerdo político que no tenía dicha legitimidad.
Los negociadores en el Congreso de Viena confrontaron a un nuevo mundo –uno en el que los mitos que habían apoyado a regímenes anteriores ya no se sostenían. El problema era que los negociadores trataron, no obstante, de traer estabilidad sin hacer referencia a este cambio. Fueron exitosos en parte, pues Europa no tendría otra guerra de gran escala a nivel continental hasta que la Primera Guerra Mundial se desató en 1914. Aún en 1919 cuando otra conferencia trataba de levantar las pequeñas piezas que la guerra dejó, los negociadores en Versalles ignoraron las mismas lecciones que los participantes en Viena habían demostrado incapaces de captar: sólo aquellos gobiernos que era considerados legítimos ante los ojos del pueblo podrían mantener la paz interna. Desafortunadamente, en este segundo tiempo (o sea, después de la Primera Guerra Mundial), con millones ya muertos, los errores cometidos en la negociación de Versalles contribuyeron a que más millones de gente murieran después.
He formulado mi exposición del Congreso de Viena en términos de sus fallas pero debemos tener en cuenta que dichas fallas también fueron producto de la revolución francesa y de Napoleón. Esto es equivalente a decir que lo que aparece ante nosotros como una reacción conservadora unidimensional fue de hecho algo nuevo en la historia de Europa. Los participantes en Viena trabajaban en un mundo difícil e inestable. Algunas de sus reacciones fueron exageradas pero gran parte fue resultado de sus preocupaciones legitimas sobre seguridad. Por lo tanto debemos asegurarnos que no veremos el proceso completo de negociación y reorganización bajo una lente completamente negativa.
Si los ponemos en perspectiva, podremos comprender las dificultades de una manera mucho más clara. Analicemos por ejemplo, que cuando el congreso comenzó el primero de noviembre de 1814, habían pasado escasos siete meses después de que Napoleón dejó Europa para exiliarse en la isla de Elba. Por lo tanto, no podemos olvidar que la sombra de Napoleón y la revolución francesa rondaban al Congreso y es justo decir que fue producto tanto del lado oscuro de la revolución, la agresión revolucionaria, como de la reorganización retrograda del antiguo régimen.
Al discutir el Congreso de Viena confrontamos un mundo complicado que había sido trazado en un lucha desesperada por sobrevivir. Se acordarán que después de que Francia declaró la guerra en 1792 se tomaron múltiples coaliciones y veintiún años de guerra para lograr la victoria final. Este sistema de coaliciones condicionó la estructura del Congreso y las actitudes de los participantes. Mientras marchaban hacia París, los jefes miembros de la cuarta coalición se reunieron en la ciudad francesa de Chaumont para firmar un tratado que obligaba a las partes a negociar un orden de posguerra. Después de ocupar París, las potencias principales aceptaron, de acuerdo con el tratado de Chaumont, reunirse en Viena para negociaciones formales. Por lo tanto, la guerra de liberación en sí misma fue la inspiración para intentar mantener bajo control a las posibles guerras. El resultado fue algo que se ha llamado el Sistema de Congresos. Este sistema se fundó bajo la creencia de que los Estados europeos debían colaborar para evitar las guerras y que el mejor recurso para evitarlas era negociar antes de que las hostilidades estallaran (Noten que no hay mención alguna sobre la legitimidad o la democracia. Eran los diplomáticos los que negociaron el fin de la guerra). Entre 1814 y 1822 cuatro conferencias más se llevaron a cabo para mitigar los conflictos:
1818 Congreso de Aix-la-Chapelle
1820 Congreso de Troppau
1821 Congreso de Laibach
1822 Congreso de Verona
Estas conferencias fueron las primeras señales de cooperación internacional y revelan qué tan confusa se había convertido la situación de la posguerra. Reacciones políticas trajeron consigo la cooperación internacional. Sin embargo, esta oposición a la guerra no era producto del instinto humanitario ni tampoco representaba el deseo filosófico de acabar con la guerra. En vez de eso, surgía de la comprensión entre la élite política europea de que las guerras desestabilizaban a los gobiernos, lo que alteraba sus posiciones.
Visto desde esta perspectiva, el Congreso de Viena fue un intento para garantizar que Francia no amenazara la estabilidad por segunda vez. Aunque las potencias trataron de recoger los pedazos del antiguo régimen, reconocieron que los veinticinco años previos habían traído cambios irreversibles. En particular, reconocieron el poder del nacionalismo francés pues era evidente en su ofrecimiento a Francia de una paz indulgente por miedo a que los franceses se desbordaran otra vez. Entonces, sólo se requirió a Francia que regresara a las fronteras que tenía en 1793, lo que significó que los antiguos Países Bajos austriacos, el área que después se convertiría en Bélgica, permanecería bajo control francés. No se le exigió ningún pago de indemnización de guerra. Finalmente, se acordó que todos los tesoros artísticos que los ejércitos revolucionarios y napoleónicos habían saqueado de Europa permanecerían en París para su protección.
La indulgencia de los potencias victoriosas se evaporó cuando el primero de marzo de 1815 Napoleón regreso por sus “Cien Días”. Este cambio de políticas sugiere qué tan central era la seguridad para los negociadores. Napoleón escapó de su cárcel en la isla de Elba, y después de llegar al sur de Francia reclutó un ejército. Marchó hacia el norte, adquiriendo tropas en la medida en la que avanzaba, y para el 20 de marzo, estaba en París otra vez, confirmando los temores de la coalición sobre la agresión francesa. Sin embargo, no debemos exagerar el apoyo francés a Napoleón. Aunque atrajo a muchos entusiastas, en general veteranos de guerra que se aferraban a sus buenos tiempos, la mayoría de los franceses prefirió guardar distancia antes de unírsele para ver si Napoleón ganaba. Esto no iba a pasar. Para junio de 1815 los deseos de Napoleón fueron hechos trizas pues un ejercito prusobritánico lo derrotó en la ciudad belga de Waterloo. Napoleón abdicó una vez más el 22 de junio de 1815 y se le envió de nuevo al exilio, aunque esta vez fue en una prisión más segura en una isla fría y húmeda en el Atlántico llamada Santa Elena. La paz podría regresar a Europa. Pero esta vez era de un tipo marcadamente diferente.
El renovado afán aventurero de Napoleón trajo una paz mas dura para Francia. Después de que el Congreso de Viena se reunió otra vez, Francia fue reducida a sus fronteras de 1790 (Bélgica se añadió al reino de los Países Bajos para crear un estado títere que mantuviera a los franceses a raya). Las potencias victoriosas hicieron pagar a Francia una gran indemnización y requirieron el pago de los costos de ciento cincuenta mil (150,000) hombres del ejército ocupante. Pero los Cien Días hicieron más firme la necesidad de mantener la estabilidad política contra cualquier amenaza de desordenes. Como resultado, el Congreso de Viena restauró a las monarquías y redistribuyó territorio sin hacer referencia a las condiciones locales o hacer llamados para un involucramiento más democrático. Bélgica es un claro ejemplo de esta tendencia. Aunque la mayoría de los residentes fueran católicos y hablaran francés, esta región fue dada al rey de los Países Bajos, un país protestante y que hablaba holandés. Fundamentalmente, los intereses de seguridad estaban en conflicto con la conciencia nacional emergente. La brecha entre estos dos fue un elemento clave para la inestabilidad del acuerdo de Viena.
Con esto en mente, consideremos más detalladamente como el Congreso de Viena redibujó el mapa de Europa. Comencemos con Gran Bretaña. Como resultado del tratado final, Gran Bretaña obtuvo la Isla de Malta, y una pequeña isla que había robado a Dinamarca llamada Heligoland (esta isla fue cedida a Alemania en 1890). Los ingleses también se volvieron protectores de las Islas Jónicas, que eran territorios en los que se hablaba griego, cerca de la costa de Turquía que había estado bajo el control turco. También obtuvieron las Islas Mauricio, Tobago y Santa Lucia de Francia. Gran Bretaña también tomo Ceilán y el Cabo de Buena Esperanza de Holanda. Finalmente, tomaron Trinidad de los españoles. Estas fueron adquisiciones importantes y completaron una tendencia que había estado en marcha desde finales del siglo diecisiete. Por medios honestos y deshonestos Gran Bretaña se había convertido en la potencia comercial más grande del mundo, dominando los océanos del planeta. Esto tendrían consecuencias importantes después de 1850.
Prusia fue otro gran ganador al distinguirse durante la conferencia de Viena por su visible codicia. Prusia recibió la mitad de Sajonia, el ducado de Berg, que había sido creado por Napoleón algunos años antes. También recibió parte del reino de Westfalia, y una gran cantidad de territorio en la franja occidental del Rhin que incluía Colonia y Aix-la-Chapelle (Los alemanes llaman a esta ciudad Aachen). Además Prusia obtuvo Pomerania de Suecia, finalizando la presencia sueca en esta área germano parlante que databa desde el siglo diecisiete. Finalmente Prusia también retuvo los territorios que había adquirido de las tres particiones de Polonia. Esto incluyó la región conocida como Posen y en particular, las ciudades de Danzig y Thorn.
Sin embargo, de muchas formas Austria ganó más que Prusia. Esto no se debió a que Austria adquiriera nuevo territorio ( la Austria pos-1815 era casi del tamaño de la Austria pre-1815), sino porque los Habsburgo fueron exitosos en consolidar su débil imperio en un territorio contiguo que pudiera ser defendido y administrado de manera efectiva. Esta fue una gran ventaja y es necesario notarla porque esencialmente permitió que el imperio durara por cien años más. Solo hasta 1919 el imperio sería disuelto para bien.
Bélgica es el ejemplo más claro del éxito de Austria. Este territorio había sido conocido como los Países Bajos Austriacos. A los austriacos nunca les gustó tener este territorio. Estaba muy lejos para ser administrado de manera efectiva y la gente no recibía con agrado el descuido austriaco. De hecho, los austriacos trataron repetidamente de arreglar un intercambio con los Wittelsbach, la familia real de Baviera. Dos veces durante el siglo dieciocho tanto los Wittelsbach como los Habsburgo estuvieron cerca de intercambiar estos territorios, pero todas las veces Federico II (segundo), rey de Prusia, evitó que el pacto se llevara a cabo.
En vez de lidiar con gente hosca lejos en Europa, Austria se concentró en ganar los terrenos de junto. Tomó los territorios perdidos de Venecia, Trieste y Dalmacia mientras mantuvo la provincia polaca de Galicia. Además obtuvo la región alpina de Tirol así como el obispado de Salzburgo. Y si esto fuera poco, los ducados de Toscana y Modena fueron otorgados a parientes de los Habsburgo. Un vistazo al mapa nos muestra lo compacta y poderosa que Austria se había convertido. Alcanzando el Este con acceso directo al Mediterráneo, el futuro inmediato de Austria parecía brillar.
Si consideramos el resto de Alemania veremos claramente lo central de los asuntos de seguridad en las negociaciones en Viena. Aunque Napoleón se había ido, Alemania no regresó a sus acuerdos políticos previos, donde gobernaban cerca de trescientos (300) príncipes. En el Acta de Confederación, que fue parte del acuerdo final de Viena, estos trescientos principados fueron reducidos a treinta y ocho (38). La proliferación de los pequeños principados que habían caracterizado al Sacro Imperio Romano Germánico se había acabado para bien. Desde este punto en adelante el futuro de Alemania pertenecería a los Estados más grandes y poderosos.
Rusia también recibió una cantidad significativa de territorios. El Gran Ducado de Varsovia que Napoleón había creado fue disuelto y el territorio fue dado a Rusia. Además mantuvo el control sobre Finlandia, que había obtenido de Suecia en 1808, así como Besarabia que había tomado a Turquía en 1812.
Italia quedó en una condición parecida a la de Alemania, ampliamente dividida. En el sur, Fernando IV( cuarto) se convirtió en rey del reino de las Dos Sicilias, con su capital en Nápoles. Los Estados Papales, que sobrevivieron a la anexión de Napoleón, se añadieron Bolonia y Ferrara a sus dominios. Génova se convirtió en parte del reino de Cerdeña, que unificaría Italia en 1870. finalmente, como dije antes, Toscana y Modena se convirtieron en propiedad de los Habsburgo.
Los Países Bajos también cambiaron drásticamente. El reino de los Países Bajos se expandió más allá de Holanda para incluir Bélgica en el reinado de Guillermo I (primero). Guillermo I se convirtió en Gran Duque de Luxemburgo, lo que lo convirtió en parte de la Confederación Alemana.
Suiza estaba de vuelta después de haber sido derrotada por Napoleón. Los diecinueve cantones originales fueron restaurados y tres más fueron añadidos: Ginebra , Wallis y Neuchatel.
Incluso Suecia y Dinamarca se involucraron. Suecia mantuvo Noruega que había tomado de Dinamarca en 1814. Dinamarca fue compensado con Lauenburg, que tuvo que ser cedido a Alemania en 1864.
España y Portugal fueron los grandes perdedores de la conferencia, pues España cedió Trinidad a los británicos y Portugal cedió Guayana a Francia.
Para concluir esta parte de la sesión, si analizamos como las fronteras políticas de Europa cambiaron después de la derrota de Napoleón vemos preocupaciones de seguridad tomar precedencia sobre sentimientos nacionales, que en varios casos fueron en detrimento de los gobiernos existentes. El periodo después de 1815 fue, por lo tanto, no un intento de regresar al mundo pre-1789 sino dominado por la necesidad de evitar otra revolución.
Ahora voy a cambiar el enfoque sutilmente y considerare el Congreso de Viena desde la perspectiva de los negociadores individuales. Los mas importantes jugadores fueron:
Por Austria: Klemens von Metternich
Por Prusia: príncipe Karl August von Hardenberg y Guillermo von Humboldt
Por Rusia: conde Karl Robert Nesselrode
Por Gran Bretaña: vizconde Robert Castlereagh
Por Francia: Charles-Maurice de Talleyrand
No hay tiempo para ahondar en todas las personas que he mencionado, así que restringiré mis comentarios al hombre que dominó la negociación entera y, ciertamente, dominó la diplomacia europea por los siguientes treinta y tres años, príncipe Klemens von Metternich. Metternich fue el ministro austriaco de los asuntos exteriores desde 1809 hasta 1848. Encabezó la negociación diplomática para construir una coalición en contra de Napoleón y manipuló todo el Congreso de Viena para asegurarse que dicha guerra nunca volviera a ocurrir. Una manera para lograr esto fue por medio de bailes. Metternich era un muy buen bailarín y disfrutaba ser el centro de atención, el perfecto rasgo característico de un diplomático del siglo diecinueve. Pero Metternich era también astuto y utilizaba sus bailes y fiestas para mantener a los países pequeños de Europa ocupados mientras él y otras potencias negociaban los asuntos importantes. Por esta razón, el Congreso de Viena es también ocasionalmente conocido como el “congreso de bailes”. Metternich era políticamente conservador, pero también sabía que para que el Congreso fuera exitoso tenía que ser flexible. Detrás de la formación de la confederación alemana se encontraba un grupo de estados alemanes que incluían a Prusia, y estaban dedicados a mantener el status quo político. Metternich se aseguró de que este grupo estuviera dominado por su Austria al ser nombrada presidente. Además, al usar al Congreso, Metternich era capaz de debilitar a Francia, mantener a Prusia encerrada en la confederación alemana, mientras evitaba que Rusia ganara mucho poder. Por lo tanto, si analizamos lo que lo precedía, el tratado era ampliamente exitoso. No habría otra gran guerra en Europa hasta 1914. Pero esto también le dio al sistema diplomático -que Metternich y sus seguidores habían creado- mucho crédito, pues no duró mucho. Para 1822 el sistema de alianzas creado para evitar el revanchismo francés se había colapsado. Cuando Europa fue sacudida por otra revolución en 1848 el sistema ya no existía. Además si le quedaba algo de vida, el sistema de congresos estaba muerto para la guerra de Crimea en 1853.
El Congreso de Viena era parte del viejo mundo. Era algo nuevo, traído por las fuerzas que la Francia revolucionaria y napoleónica habían desatado. Las medidas represivas que fueron utilizadas eran las mismas que Napoleón había usado. Esta vez, sin embargo, estos métodos fueron puestos al servicio de la estabilidad política en vez de la guerra. El sistema de congresos falló, pero como discutiré en las próximas sesiones, falló porque los problemas que no fue diseñado para resolver hicieron su existencia imposible.
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