El conservadurismo es una de las tres ideologías revolucionarias que mencioné la última vez. En general, los conservadores posrevolucionarios rechazaron la incertidumbre y la violencia desatada por la revolución francesa y querían establecer un orden político y social estable. Aunque existieron muchas fuentes del conservadurismo en Europa, sus orígenes como movimiento intelectual real surgieron en Inglaterra con Edmund Burke (1729-1797) Edmund Burke fue el primer europeo en ver a la revolución francesa como un movimiento social e intelectual. Desde este punto de vista, la revolución no sólo trajo un cambio de régimen sino que también alteró los fundamentos de la sociedad francesa. Para Burke, esto significaba que el impacto de la revolución no podía ser contenido. Era un reto para cada sociedad que tenía aristocracia, iglesia y monarquía.
Burke expuso sus argumentos en su famoso libro Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790). Su libro fue escrito de manera temprana durante los primeros seis meses de la revolución. Conocer la cronología es importante porque nos muestra que la oposición de Burke era filosófica en vez de reaccionaria. Muchos de los conservadores se opusieron a la revolución pero sólo después de haber visto la violencia y el derramamiento de sangre. Sin embargo, Burke publicó su oposición antes de que lo peor de la violencia y la destrucción sucedieran. Por estas razones, sus doctrinas son más coherentes y más tomadas en cuenta que las peroratas que sus oponentes escribían en tiempos de terror.
Las Reflexiones sobre la Revolución Francesa eran un muy fuerte ataque a las doctrinas oficiales de las revoluciones. El fundamento para este ataque era su oposición a la abstracción en política. Por ejemplo, Burke rechazaba la idea de los derechos naturales al argumentar que todos los derechos se originaban de la historia de una sociedad en particular. En su visión, los derechos son una herencia que pasan de una generación a otra. Debido a la falta de abstracción en política, los gobiernos tampoco se consideraban como existentes. Las estructuras políticas y legales se desarrollaron lentamente de acuerdo con la historia del país. Al analizar el intento de los revolucionarios de construir un gobierno nuevo y perfecto, Burke argumentaba que el gobierno no era una máquina que podría ser separada y vuelta a unir; en vez de ello, era un organismo que había crecido lentamente y que estaba fundado en las tradiciones y prácticas de un país. En la visión de Burke, el gran error de la revolución era romper la relación orgánica de Francia con su historia y con sus instituciones.
Burke vio al pasado como una fuente de sabiduría. Moderaba los juicios políticos y evitaba que el cambio se saliera de control. En este contexto, incluso los prejuicios podían ser útiles, pues un prejuicio que había funcionado en el pasado era mejor que una idea sin probar que amenazara con la anarquía. (Notarán, basados en la clase pasada, una alusión temprana del rechazo del romanticismo a la abstracción de la razón. Burke no era romántico pero su oposición a la abstracción se incorporó después al romanticismo.) En la visión de Burke, la revolución había perdido su toque con un pasado nacional por lo que se convertiría en el caos y haría necesario un militar fuerte. Él escribió: “En la debilidad de un tipo de autoridad, y en lo fluctuante de todos, los oficiales de un ejército permanecerán por algún tiempo rebeldes y en facciones, hasta que algún general popular, que entienda el arte de conciliar con los soldados, y que posea el verdadero espíritu del orden, logre captar la atención de todos sobre sí mismo... Pero el momento en el que esto suceda, la persona que realmente comande al ejército será su amo, amo (es pequeño) de su rey, de su asamblea, de toda su república”. Dado el curso de la revolución francesa, y su fin con Napoleón, Burke habría podido reclamar, si hubiera vivido para ver el resultado final, un gran triunfo.
Ya he mencionado la anticipación de Burke hacia algunos temas románticos, porque hay una conexión importante entre la política conservadora y el romanticismo inglés. Ya he mencionado a William Wordsworth y a Samuel Coleridge en alguna clase pasada. Ambos hombres cambiaron su postura de ser partidarios de la revolución a opositores a medida que la violencia revolucionaria iba en marcha. Ambos representan la diseminación del sentimiento conservador a lo largo de Europa que aborrecía la violencia revolucionaria. Por ejemplo, Wordsworth se acercó más a las autoridades tradicionales como la monarquía británica y la Iglesia de Inglaterra, aunque sus políticas permanecieron reprimidas. El sentimiento antirrevolucionario de Coleridge era más abiertamente político pues exaltaba las virtudes de los órdenes de la vieja sociedad. En su visión, cada orden jugaba un importante papel en la sociedad. Si la gente trataba de interactuar fuera de su orden, el caos político y social sería el resultado. La postura de Coleridge tendría implicaciones políticas fundamentales pues para él significaba que si la gente no preparada para la actividad política trataba de debatir públicamente, o peor aún, el votar, el Estado se colapsaría. Por tanto, Coleridge pensaba que era mejor que los órdenes convivieran de manera armoniosa, con los nobles a cargo de la política y los demás en sus actividades. Esta idea tendría un gran impacto en líderes futuros como Benjamín Disraelí y Winston Churchill.
Después de la derrota de Napoleón, otra generación de escritores conservadores se hizo presente, particularmente en Francia, que quería reivindicar los ataques de Burke a la revolución pero que se diferenciaba de ella de manera significativa. Muchos de los nuevos conservadores reaccionaron fuertemente contra los excesos de la revolución al demandar mayor seguridad para el Estado. Sin embargo, el problema era que la revolución francesa y Napoleón habían destruido tantas tradiciones que el pasado sólo proveía poca estabilidad. Más aún, algunas tradiciones estabilizadoras que habían funcionado bien en Inglaterra, como el protestantismo, no jugaban un papel significativo en los países católicos. Por tanto, una redefinición del conservadurismo de Burke era necesaria antes de poder ser aplicado en otra parte, y en algunos casos esto empujó al conservadurismo a ser considerado como reaccionario.
Mucho de lo que los conservadores posnapoleónicos hicieron puede ser descrito como una reapropiación de la tradición. Los conservadores franceses oscilaban hacia la Iglesia católica como una fuente de estabilidad y tradición. La Iglesia trajo de regreso a la vida cotidiana un sentido de jerarquía y un orden orgánico. (Por supuesto que aquí hay una conexión implícita al romanticismo.) El Catolicismo no habría cabido bien con la visión de Burke pues él era protestante. Pero en las regiones católicas de Europa, especialmente en Francia, Italia y España, este tipo de conservadurismo religioso tendría una atracción inherente. El francoitaliano Joseph de Maistre (1753-1821) es un buen ejemplo pues representa de manera más completa la alianza entre el trono y el altar. De Maistre tomó una visión más pesimista de la política que sus predecesores ilustrados. En vez de buscar los orígenes del Estado en la razón, como hizo John Locke, él enfatizó la violencia como su aspecto fundamental. En su visión, todos los sistemas políticos se originaban en la violencia. Antes del Estado estaba la anarquía. El Estado evita la anarquía al centralizar la violencia que estaba distribuida aleatoriamente. En este contexto, es la amenaza de la violencia estatal la que quita a la anarquía de la vida diaria.
El énfasis de De Maistre en la violencia se combinó con sus dudas acerca de que la razón llevara a una mayor innovación intelectual. De Maistre fue el primer pensador en teorizar abiertamente sobre la importancia política de los rituales públicos. Para persistir, argumentaba De Maistre, el Estado necesita de rituales. Estos rituales no son racionales pero están diseñados para inculcar creencias y enseñar lecciones. Los rituales públicos de cualquier índole afirman su lealtad al Estado. (El análisis de De Maistre dio en el blanco. No es accidente que los revolucionarios franceses constantemente inventaban nuevos rituales públicos para asegurar al Estado. Algunos de estos rituales eran violentos como el continuo uso de la guillotina lo afirma). En particular, De Maistre sentía que la religión tenía un papel central en el mantenimiento de la seguridad diaria, pues estaba fundada en los rituales. Por tanto, un nuevo enfoque político surgió. El Estado estaba fundado en la violencia y estaba permeado por lo irracional. Si los rituales mantienen al Estado unido entonces los rituales religiosos, que eran los más poderosos y penetrantes de todos los rituales públicos, tenían que ser protegidos por el Estado.
Esta posición filosófica puso en conflicto a De Maistre con casi todo el siglo dieciocho. Se oponía tanto al racionalismo de la ilustración como a las abstracciones de la revolución francesa. De Maistre detestaba los ataques de los philosophes en lo que consideraba como el verdadero fundamento de la vida humana: la religión. De Maistre era un cristiano creyente y veía a la historia y a la política en términos de la voluntad divina de Dios. Al atacar la autoridad de la Iglesia Católica, la ilustración había envenenado a la comunidad social y provocó que Francia perdiera la visión de su misión cristiana. La revolución francesa era solamente el fin predecible a esta triste aventura, pues el dolor y el sufrimiento causados eran el castigo de Dios por el ateísmo (In Spanish, the translation for irreligion is irreligión but it is not of common usage). Esto le dio a la revolución un significado pues toda la violencia podía ser interpretada como una acción simbólica que representaba el plan de Dios. De acuerdo con esta perspectiva, el gobierno del terror era un ritual de sacrificio que purificaba a Francia y la regresaba al buen camino. Ahora que la purificación estaba completa, Francia podía ser reconstruida bajo las líneas tradicionales.
En su obra, De Maistre identifica lo que se convertiría en un problema central para muchos de los pensadores posrevolucionarios: ¿cómo se reconstruye una autoridad fragmentada? La respuesta de De Maistre fue argumentar que la monarquía era la mejor forma de gobierno pues se aproximaba mejor a la voluntad de Dios. La monarquía controlaba el tipo de egoísmo que la revolución había liberado al mostrarle a las personas de cómo el poder estatal se anclaba en un misterio. Por supuesto, los misterios son cosas que simplemente uno debe creer lo que significaba que Voltaire no tenía cabida en el mundo de De Maistre. Sin embargo, para De Maistre la proscripción de Voltaire y de la razón hizo también posible un regreso a la moralidad. Ahora, la Iglesia asumiría su justo lugar en la política. Con el sistema político anclado firmemente en la religión, los individuos podrían vivir en paz dentro de la nueva jerarquía.
De Maistre fue muy popular en Francia y a lo largo de Europa pues hizo posible la comprensión de la destrucción que trajeron las guerras revolucionarias y napoleónicas. Pareció dar una mejor explicación para la violencia de lo que la ilustración pudo. La ilustración había predicado que el hombre era básicamente bueno pero, ¿cómo podría serlo, si había sucedido el gobierno del terror? De Maistre dio una ideología alternativa a las ideas planteadas por Locke, Voltaire y Rousseau. Para él, la gente era mala y necesitaba ser contrarrestada por sistemas de autoridad. Sólo las instituciones tradicionales de la Iglesia y del Estado podrían prevenir catástrofes futuras. Este enfoque se convirtió en la base para los argumentos conservadores futuros sobre la necesidad de proteger a las instituciones tradicionales.
No podemos analizar con detalle todos los conservadurismos en Europa pero antes de concluir esta sesión, quiero analizar otro conservadurismo que comenzó en Europa antes de la revolución francesa y que lo radicalizó: el conservadurismo alemán. Para entender el conservadurismo en Alemania, deben acordarse la sesión sobre la estructura política única de Alemania. Hasta la primera unificación en 1871 con Bismarck, Alemania estaba dividida en muchos principados de diferentes formas y tamaños. En 1648 había todavía 365 (trescientos sesenta y cinco) estados alemanes separados. Algunos, como Prusia y Austria, eran grandes. Otros, como el ducado de Weimar y muchos ciudades-estado alemanas eran muy pequeñas. En la diversidad de las instituciones y estados estaba envuelta una institución antigua llamada Sacro Imperio Romano Germánico. Supuestamente el imperio fue fundado el día e Navidad del año 800 D.C. (Después de Cristo) y creció por los siguientes mil años hasta que fue disuelto por el emperador austriaco Francisco II (segundo) en 1806. Analizaremos la historia del conservadurismo alemán por medio de tres personas: Justus Möser, Friedrich von Gentz y Carl Ludwig von Haller.
El conservadurismo alemán se originó en oposición al cambio político dentro del sistema. El cambio estaba definido principalmente por medio de la agresión de los Estados grandes contra los Estados pequeños. Por tanto, a lo largo de Alemania, las voces de protesta se hacían notar cada vez que un Estado grande –usualmente Prusia- trataba de cambiar los acuerdos políticos existentes. Justus Möser fue una de las constantes voces de protesta. Möser representó las preocupaciones de los Estados alemanes pequeños. Nacido y criado en un pequeño pueblo llamado Ösnabruck, en Alemania noroccidental, donde trabajó toda su vida en el gobierno loca. Möser publicaba un periódico semanal llamado Fantasías Patrióticas, en el que argumentaba sin descanso que el espíritu alemán recaía en la realidad orgánica del Sacro Imperio. Defendió la diversidad regional, las libertades tradicionales y la sabiduría antigua contra las fuerzas del cambio político. Estas ideas serían muy importantes tiempo después para los críticos de la batalla entre Berlín y Viena por el control sobre Alemania. Pero Möser también influenció fuertemente la literatura. Enfatizó la diversidad y las tradiciones locales en el plano cultural en su famoso libro Historia de Ösnabruck. En este texto argumentó que la cultura tenía sus orígenes en las prácticas de la vida cotidiana de gente común y corriente. Si quieren encontrar la verdadera Alemanidad, deben buscar en los campesinos y escuchar su lenguas y aventuras populares. Esta idea tuvo un gran impacto en Goethe y en Herder, dos pensadores alemanes que tendrían un impacto enorme en los románticos.
Si el conservadurismo alemán tenía sus orígenes en la oposición local y el cambio político antes de la revolución francesa, después de ésta se volvió altamente nacionalista. Aquí es donde damos un giro para hablar de Friedrich Gentz. Nació en Silesia, la provincia que Federico II (segundo) había robado a Austria, y su padre trabajaba en la administración prusiana. Gentz creció y fue educado en Berlín, particularmente por hugonotes franceses. La madre de Gentz era parte de esa comunidad de expatriados, lo que significaba que Gentz hablaba y escribía bien tanto el alemán como el francés. Gentz había estudiado filosofía con Kant en Königsberg y era partidario de la revolución a principios de ésta, pero pronto se volvió en contra de la violencia y del derramamiento de sangre revolucionarios. En este contexto, es notable que Gentz fuera la primera persona en traducir al alemán la obra de Burke: Reflexiones sobre la Revolución Francesa. En 1791 leyó la obra de Burke en inglés con fastidio pero después con una gran admiración pues la revolución se había vuelto más violenta. Gentz tradujo la obra de Burke al alemán y la publicó en 1793. Su traducción fue un gran éxtio y convirtió a Gertz en un escritor antirrevolucionario. Invirtió la siguiente década en hacer campaña contra la revolución en una serie de revistas conservadoras. En 1802, por escándalos de índole personal, Gentz se fue de Berlín para vivir en Viena donde se convirtió en parte de los propagandistas conservadores del príncipe Klemens von Metternich. Como miembro del equipo de escritores, Gentz unió la propanda antifrancesa con el conservadurismo y el nacionalismo emergente.
De Gentz cambiamos de tema para hablar del conservador más influyente del periodo inmediato posnapoleónico, Carl Ludwig von Haller. Haller nació en 1768 en la ciudad suiza de Berna. Su padre había sido un funcionario público en el gobierno de la ciudad, y Haller también trabajaría ahí. En 1786, a los dieciocho años, Haller comenzó a trabajar para el ayuntamiento. Sin embargo, la vida tranquila de Haller cambiaría dramáticamente, con la conquista francesa de Suiza en la década de 1790. Haller luchó contra la ocupación francesa, pero fue forzado a abandonar Berna. Regresó tiempo después pero fue forzado a abandonar la ciudad otra vez, cuando se reveló su conversión al catolicismo (Los suizos son altamente protestantes). Como muchos de los jóvenes conservadores, la destrucción del mundo político y social antiguo hizo que Haller buscara orden en la Iglesia Católica.
La obra más importante de Haller es Restauración de la Ciencia Política (1816-1822). En este texto, Haller quería superar la teoría revolucionaria del contrato social con un énfasis en la desigualdad social. En la visión de Haller, la sociedad está basada en la desigualdad social. En cualquier parte, los débiles dependen de los fuertes, y esta cadena de dependencia va directo al príncipe, cuya fuerza protege a todos. Por lo tanto, la autoridad del príncipe era inalienable y él tomaba todas las decisiones políticas solo. Haller no era completamente dogmático en este asunto. En contraste con De Maistre, él no enfatizaba el papel de la Iglesia en el Estado, tampoco argumentaba que el príncipe no pudiera ser despojado del poder. Incluso el príncipe tenía reglas que seguir pues no sólo era el príncipe sino el padre de su pueblo. Sin embargo, al enfatizar la desigualdad Haller hizo manifiesta una fuerte tendencia conservadora en el pensamiento político alemán. Esto se combinaría después con el nacionalismo para darle a la política alemana un sabor antifrancés.
Para concluir, el conservadurismo es un producto tanto de los periodos prerrevolucionarios y revolucionarios de Francia. Tiene varios orígenes y apareció en varios países de formas diferentes. Pero si hay algo que podemos decir de su historia es que la revolución francesa generó un ímpetu para convertir al conservadurismo en un movimiento. Aquellos que había hecho campaña contra cualquier cambio antes de 1789 repentinamente se convirtieron en profetas. Las guerras de la revolución y los asesinatos convirtieron a Dios, al rey y al país en una buena combinación para mantener el orden político y social. La próxima vez hablaremos sobre otro enfoque: el liberalismo.
jueves, 31 de enero de 2008
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